El capitalismo tiene una
larga historia de movimientos y fuerzas políticas que lucharon por su renta
disfrazada de derechos.
Hoy no hay corporación,
partido político ni medio, por ejemplo, que no haga uso y usufructo de la
“lucha por derechos” de las mujeres en beneficio propio y, en la gran mayoría
de los casos, para esterilizar focos de disidencia hacia terrenos más manejables
en los que todo se reduzca a una dicotomía entre feminismo y machismo, donde
todos choquen por igual con grandes elefantes blancos paseándose por enfrente.
Estos grandes elefantes
blancos pueden ser los recortes de salarios, que si son más severos para las
mujeres, para los hombres, para los inmigrantes o para los sexodiversos, o
temas menos candentes en lo cotidiano pero mucho más importantes como pueden
ser unas elecciones presidenciales.
Así el feminismo y su
interesado sentido común global impuesto sirven en este momento como
herramientas para influir y moldear la política, tal cual reseñan los documentos filtrados de Open Society
Foundations de Soros sobre el tema. La campaña presidencial de Estados Unidos,
mediada por estos recursos y narrativas, convierten a Hillary Clinton en un
símbolo del feminismo corporativo a nivel global, lista a ejercer el poder duro
de la misma forma que los hombres.
Machismo versus feminismo
y la anulación del pensamiento
Este interesado esquema
maniqueo de reducir todo a una conspiración machista patriarcal es el que
efectivamente utiliza la campaña de Clinton para plantear que Donald Trump es
un bruto misógino, cuasi abusador de mujeres, que se enfrenta a la dignidad de
una mujer representante de todo el género femenino para presentarse como una de
sus víctimas.
Así se pasa por encima las
miserias personales de Hillary Clinton como amenazar a las mujeres que denunciaronabusos contra su esposo,
el ex presidente Bill Clinton, y decisiones políticas tomadas por ella durante
su carrera como congresista y secretaria del Departamento de Estado, que
culminaron en invasiones y bombardeos en países como Irak y Libia donde las
principales víctimas fueron y siguen siendo mujeres, niños y niñas. El machista
de Trump no ha estado ni cerca de cometer crímenes similares.
Lo mismo puede decirse de
su interesada y pagada promoción de los megatratados
comerciales, como el Transpacifíco y Transatlántico, en la que
se pretende establecer un complejo proceso de reingeniería política, social y
económica, donde gran parte del dinero que cobran los hombres y mujeres de los
países involucrados vaya directo a engrosar las ganancias de las corporaciones
que le apuestan para que sea presidenta.
Y tranquilamente puede
darse que firmados estos megatratados, las mujeres consigan competir en
igualdad de condiciones con los hombres, decidir sobre sus cuerpos en temas
como el aborto y que exista una mayor conciencia sobre la violencia de género.
Sin embargo, la base fundamental de esta utopía de igualdad de condiciones y
libertades en el capitalismo, el dinero y el consumismo, estarían seriamente
restringidas para mujeres y hombres, generando la reproducción de otras
conductas de dominación mucho más cercanas al salvajismo y al sálvese quien
pueda.
El capitalismo no se para
en analizar esas diferencias. Todos somos mano de obra.
Entonces si incluso
dejamos de lado lo malo y lo bueno presentado por la campaña de Hillary, nos
encontraríamos que en términos prácticos es altamente dañina para el género que
dice representar y en nada se diferencia del fantasma de súper macho que han
creado de Trump.
En un mundo idiotizado es
más “peligroso” un machista que una criminal de guerra.
Entre la sociedad global,
la frivolidad y las minorías del sálvese quién pueda
Lo realmente peligroso y
sintomático del momento actual de la sociedad global occidental, que vive la
elección como si en cada esquina del planeta repartiesen volantes de cada
candidato, es que está mucho más interesada en la figura de Trump, como si
fuese King Kong suelto por los rascacielos de Nueva York, que en prestar atención
a lo que detrás de Hillary se está cocinando con consecuencias impredecibles
para la especie.
Y lo que se cocina detrás
de Hillary es sabido porque ella misma lo ha
dicho en discursos pagados por y ante grandes corporaciones: cercar con
misiles a China y establecer una zona de exclusión aérea en Siria que conlleve
a un enfrentamiento con Rusia. Ambas alternativas, reseñadas también por sus
asesores en política exterior, implican estar a un paso de una guerra nuclear
entre las principales potencias del mundo.
Ese hecho denso y oscuro
se pasa de largo al igual que los antecedentes de Hillary, pese a los
constantes correos secretos de la propia candidata filtrados por Wikileaks,
para dejar lugar a que la sociedad global sustituya ese oscuro hecho político
con un discurso
emocional pero frívolo de Michelle Obama sobre Trump,
por ejemplo. Aún cuando para todos es de conocimiento público que la Casa
Blanca y especialmente Washington es donde las mujeres a lo largo de la
historia han sido tratadas como basura y para muestra existe el botón de Mónica
Lewinski.
Porque parece ser que es
más importante defender el género a nivel corporativo que una guerra nuclear entre
Estados Unidos y China y Rusia. Lo que demuestra en carne cruda cómo las
agendas gremiales en este momento de la historia sirven para desviar la
atención y esterilizar la disidencia contra lo constituido, que intenta avanzar
hacia la guerra y el empobrecimiento general.
Un acto de modelación
política de la disidencia que lejos está de ser sólo meramente maquiavélico,
sino que se basa en la estimulación de una tendencia creciente de las minorías
a encapsularse en reclamos gremiales, sean del tipo que sean, para conseguir su
reinvidicaciones, sin importar nada que se sitúe por fuera de sus ombligos.
De tal forma que se
contiene a las distintas individualidades, o consumidores globales, que ven en
estos movimientos una herramienta de moda para ejercer una voluntad
transformadora, que no salga de los cánones actuales y se mantenga en un
espacio de confort y autorrealización permanente. Un acto cultural en sí mismo
dentro del capitalismo como si el feminismo, por ejemplo, fuese un producto más
de un anaquel que permitiese hacer algo de política para sentirse bien con uno
mismo sin ensuciarse con el hecho político, ni con sus desprestigiados
políticos.
La habilidad de la élite
representada en Hillary Clinton está en buscar los canales para sinterizarla,
sin vincularse directamente a ella, al mismo tiempo que se fabrica en Trump un
trapo rojo. Ese trapo rojo está diseñado por los grandes medios y laboratorios
de propaganda para ser odiado por feministas, negros y cuánto gremio exista,
quienes automáticamente se ponen a la orden para que una criminal de guerra
confesa los conduzca, sin que se den cuenta. Pero, ¿hacia dónde?
Hacia un mundo en el que
es más “peligroso” un machista que quien financia terrotistas para que
empalen mujeres y luchen bajo el nombre de Al-Qaeda, Al-Nusra, Estado Islámico
y todos aquellos que le han trabajado a la Clinton.
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