por Jean-Claude Juncker
RED VOLTAIRE | ESTRASBURGO (FRANCIA) | 14 DE SEPTIEMBRE DE 2016
Sr. Presidente,
Señoras y señores diputados al Parlamento Europeo,
hace un año comparecí ante ustedes para decirles que el Estado de nuestra Unión no era bueno. Les dije que no hay suficiente Europa en esta Unión y que no hay suficiente unión en esta Unión.
Hoy no me presento ante ustedes para decirles que todo va bien.
No, no va bien.
Seamos todos muy honestos en nuestro diagnóstico.
Nuestra Unión Europea se encuentra, al menos en parte, en una crisis existencial.
A lo largo del verano, he escuchado con atención a miembros de este Parlamento, a representantes de gobiernos, a muchos parlamentarios nacionales y a europeos de a pie que compartieron sus reflexiones conmigo.
He sido testigo de varias décadas de integración europea en las que hubo muchos momentos positivos, aunque también atravesamos tiempos difíciles y periodos de crisis.
Pero nunca antes había visto que hubiera tan pocas cosas en común entre nuestros Estados miembros, tan pocos ámbitos en los que acuerden trabajar juntos.
Nunca antes había escuchado a tantos dirigentes hablar exclusivamente sobre sus problemas domésticos y mencionar a Europa, si lo hacen, solo de pasada.
Nunca antes había visto a representantes de las instituciones de la UE fijar prioridades tan diferentes, en ocasiones diametralmente opuestas, a las establecidas por los gobiernos y parlamentos nacionales. Es como si ya casi no hubiera intersección alguna entre la UE y sus capitales nacionales.
Nunca antes había visto unos gobiernos nacionales tan debilitados por las fuerzas populistas y paralizados ante el riesgo de salir derrotados en las siguientes elecciones.
Nunca antes había visto tanta fragmentación, tan pocas cosas en común en nuestra Unión.
Ahora tenemos que hacer una elección muy importante.
¿Nos dejamos arrastrar por un sentimiento muy natural de frustración? ¿Nos dejamos llevar hacia una depresión colectiva? ¿Queremos dejar que nuestra Unión se desintegre ante nuestros propios ojos?
O decimos: ¿No es este el momento de levantarnos? ¿No es este el momento de remangarnos y duplicar o triplicar nuestros esfuerzos? ¿No es este el momento en el que Europa necesita de un liderazgo más decidido que nunca, en lugar de ver a los políticos abandonando el barco?
Nuestras reflexiones sobre el Estado de la Unión deben comenzar con sentido de realismo y gran honestidad.
En primer lugar, hemos de reconocer que tenemos un montón de problemas sin resolver en Europa. No puede haber dudas al respecto.
Desde el elevado desempleo y las desigualdades sociales a las montañas de deuda pública, pasando por los enormes desafíos que plantea la integración de los refugiados y las muy reales amenazas a nuestra seguridad interior y exterior, todos y cada uno de los Estados miembros de Europa se han visto afectados por las crisis que se han sucedido sin interrupción.
Hasta estamos ante la triste perspectiva de que uno de nuestros miembros abandone nuestras filas.
En segundo lugar, debemos de ser conscientes de que el mundo nos observa.
Acabo de regresar de la reunión del G20 en China. Europa ocupa siete puestos en torno a la mesa de este importante encuentro mundial. A pesar de nuestra nutrida presencia, hubo preguntas a las que no pudimos dar una respuesta en común.
¿Seguirá siendo Europa capaz de celebrar acuerdos comerciales y elaborar normas económicas, sociales y medioambientales para el mundo?
¿Conseguirá, por fin, Europa que se recupere su economía o se quedará estancada con escaso crecimiento y baja inflación durante la siguiente década?
¿Seguirá Europa liderando el mundo en la lucha por los derechos humanos y los valores fundamentales?
¿Hablará Europa con una sola voz cuando esté en juego la integridad territorial, en violación del Derecho internacional?
O ¿desaparecerá de la escena internacional y dejará que otros conformen el mundo?
Aunque estoy convencido de que ustedes en esta Cámara tienen clarísimas las respuestas a estas preguntas, es preciso que nuestras palabras vayan seguidas de una acción conjunta. De lo contrario, no serán más que eso: palabras. Y solo con palabras no se puede influir en los asuntos internacionales.
En tercer lugar, hemos de reconocer que no podemos resolver todos nuestros problemas con otro discurso o con otra cumbre más.
No estamos en los Estados Unidos de América donde el Presidente pronuncia el discurso sobre el Estado de la Unión ante ambas cámaras y millones de ciudadanos siguen con atención cada palabra en directo por televisión.
Frente a ello, nuestro momento «Estado de la Unión» aquí en Europa muestra bien a las claras el carácter incompleto de nuestra Unión. Hoy estoy hablando ante el Parlamento Europeo y este viernes me reuniré con los líderes nacionales en Bratislava.
Por ello, mi discurso no puede limitarse a recabar su aplauso, ignorando lo que los dirigentes nacionales tengan que decir el viernes. Tampoco puedo acudir a Bratislava con un mensaje distinto al que les transmito ahora. He de tener en cuenta los dos niveles de democracia de nuestra Unión, ambos igualmente importantes.
No somos los Estados Unidos de Europa. Nuestra Unión Europea es mucho más compleja. Ignorar esta complejidad sería un error que nos llevaría a adoptar soluciones equivocadas.
Europa solo puede funcionar si los discursos en apoyo de nuestro proyecto común no solo se pronuncian en esta Cámara sino también en los parlamentos de todos nuestros Estados miembros.
Europa solo puede funcionar si todos trabajamos por la unidad, si mancomunamos nuestros esfuerzos y olvidamos la rivalidad entre competencias e instituciones. Solo entonces Europa será más que la suma de sus componentes. Y solo entonces podrá ser más fuerte y mejor de lo que es actualmente. Solo entonces los líderes de las instituciones de la UE y los gobiernos nacionales serán capaces de recuperar la confianza de nuestros ciudadanos en el proyecto común europeo.
Y es que los europeos están cansados de las interminables polémicas, disputas y querellas.
Los ciudadanos de Europa quieren soluciones concretas a los problemas importantes que asedian a la Unión. Quieren algo más que promesas, resoluciones y conclusiones de cumbres. De todo eso ya han visto y oído demasiado.
Los europeos quieren decisiones comunes que vayan seguidas de una implementación rápida y eficiente.
Es evidente que necesitamos una visión a largo plazo. La Comisión esbozará en un Libro Blanco esa visión para el futuro en marzo de 2017, coincidiendo con el 60º aniversario de los Tratados de Roma. Trataremos de reforzar y reformar nuestra Unión Económica y Monetaria. Y también tomaremos en consideración los desafíos políticos y democráticos a los que nuestra Unión de 27 se enfrentará en el futuro. Y, por supuesto, el Parlamento Europeo participará activamente en el proceso, como lo harán los parlamentos nacionales.
Sin embargo, no bastará con esbozar una visión de futuro. Lo que nuestros ciudadanos realmente necesitan es que alguien gobierne, que alguien responda a los graves problemas de nuestro tiempo.
Europa es una cuerda trenzada con muchos hilos que solo funciona si todos tiramos en la misma dirección: instituciones de la UE, gobiernos nacionales y parlamentos nacionales. Tenemos que volver a demostrar que es posible, que podemos hacerlo en una serie de ámbitos seleccionados en los que son más urgentes las soluciones comunes.
Por ello, propongo adoptar una agenda positiva de iniciativas europeas concretas para los próximos doce meses.
Estoy convencido de que los próximos doce meses van a ser decisivos si deseamos recomponer nuestra Unión. Si queremos superar las trágicas divisiones que se han abierto en estos últimos meses entre el Este y el Oeste. Si queremos demostrar que podemos adoptar decisiones con rapidez y eficiencia sobre las cuestiones realmente importantes. Si queremos mostrar al mundo que Europa sigue siendo una fuerza capaz de actuar conjuntamente.
Tenemos que ponernos manos a la obra.
Esta misma mañana he enviado una carta con este mensaje al presidente Schulz y al primer ministro Fico.
En los próximos doce meses tenemos que avanzar hacia una Europa mejor:
una Europa que proteja,
una Europa que preserve el modo de vida europeo,
una Europa que empodere a nuestros ciudadanos,
una Europa que vele por su seguridad interna y externa, y
una Europa que asuma sus responsabilidades.
UNA EUROPA QUE PRESERVE NUESTRO MODO DE VIDA
Estoy convencido de que el modo de vida europeo merece la pena ser preservado.
Tengo la impresión de que muchos parecen haber olvidado qué significa ser europeo.
Qué implica formar parte de esta Unión de europeos; qué comparte el agricultor de Lituania con la madre soltera de Zagreb, la enfermera de La Valleta o el estudiante de Maastricht.
Recordemos por qué las naciones de Europa decidieron trabajar juntas.
Por qué, el 1 de mayo de 2004, una multitud celebró la solidaridad en las calles de Varsovia.
Por qué la bandera europea ondeaba con orgullo en la madrileña Puerta del Sol el 1 de enero de 1986.
Recordemos también que Europa es un catalizador que puede contribuir a lograr la unificación de Chipre, proceso en el que ambos líderes de Chipre cuentan con mi apoyo.
Ante todo, Europa significa paz. No es casualidad que el periodo de paz más prolongado de la historia de Europa comenzara con la formación de las Comunidades Europeas.
Setenta años de paz duradera en Europa, en un mundo en el que 40 conflictos armados activos se cobran cada año las vidas de 170 000 personas.
Por supuesto, seguimos teniendo nuestras diferencias. Claro que a menudo surgen controversias entre nosotros. A veces nos enfrentamos. Pero lo hacemos con palabras y solventamos nuestros conflictos en torno a una mesa, no en trincheras.
Una parte consustancial de nuestro modo de vida europeo la constituyen nuestros valores.
Los valores de la libertad, la democracia y el Estado de Derecho. Valores por los que se ha luchado en el campo de batalla y en el campo dialéctico.
Los europeos no podemos aceptar que se acose, se apalee o incluso se asesine a trabajadores polacos en las calles de Harlow. La libre circulación de trabajadores es un valor común tan europeo como la lucha contra la discriminación y el racismo.
Los europeos estamos firmemente en contra de la pena de muerte porque creemos en el valor de la vida humana y lo respetamos.
Los europeos creemos también en sistemas judiciales independientes y efectivos. Unos tribunales independientes que garanticen el control sobre gobiernos, empresas y personas. Unos sistemas judiciales efectivos que contribuyan al crecimiento económico y defiendan los derechos fundamentales. Esta es la razón por la que Europa promueve y defiende el Estado de Derecho.
Ser europeo también significa mantener una actitud abierta y comerciar con nuestros vecinos, en lugar de declararles la guerra. Significa ser el primer bloque comercial del mundo, que mantiene o está negociando acuerdos comerciales con más de 140 socios de todo el orbe.
Quien dice comercio dice empleo: por cada 1 000 millones de euros que se obtienen de las exportaciones, se crean 14 000 empleos adicionales en la UE. Más de 30 millones de puestos de trabajo, uno de cada siete en la UE, dependen ahora de las exportaciones al resto del mundo.
Esta es la razón por la que Europa está tratando de abrir mercados con Canadá, uno de nuestros socios más cercanos con el que compartimos intereses, valores, el respeto por el Estado de Derecho y una misma visión de la diversidad cultural. El Acuerdo comercial UE-Canadá es el mejor y más progresivo de los celebrados hasta la fecha por la UE. Trabajaré con ustedes y con todos los Estados miembros para que este acuerdo pueda ser ratificado lo antes posible.
Ser europeo conlleva el derecho a que nuestros datos personales estén protegidos por estrictas leyes europeas. Porque los europeos no deseamos que unos drones sobrevuelen nuestras cabezas registrando todos nuestros movimientos, ni que las empresas registren cada vez que hacemos click en nuestro ordenador. Por este motivo, en mayo de este año, el Parlamento, el Consejo y la Comisión aprobaron un reglamento de protección de datos. Es esta una norma común europea que se aplica a las empresas con independencia de dónde tengan su sede y cuándo traten sus datos. En Europa, valoramos la intimidad: es una cuestión de dignidad humana.
Ser europeo también significa formar parte de un marco equitativo.
Ello implica que los trabajadores deben percibir la misma retribución por el mismo trabajo en el mismo lugar. Es una cuestión de justicia social. Esta es la razón por la que la Comisión respalda nuestra propuesta de Directiva sobre desplazamiento de trabajadores. El mercado interior no es un lugar en el que se puede explotar o aplicar normas sociales más laxas a los trabajadores del Este de Europa. Europa no es el Salvaje Oeste sino una economía social de mercado.
Por marco equitativo también se entiende que en Europa se protege a los consumidores frente a los cárteles y los abusos de posición dominante de las empresas. Entendemos que cualquier empresa, grande o pequeña, está obligada a pagar sus impuestos allí donde obtenga sus beneficios. Esta afirmación también vale para Apple, aunque su valor de mercado sea mayor que el PIB de 165 países del mundo. En Europa no aceptamos que se ofrezca a las empresas más poderosas acuerdos secretos para el pago de impuestos.
El nivel de tributación en un país como Irlanda no es de nuestra incumbencia. Si bien a Irlanda le asiste el derecho soberano de establecer la fiscalidad que estime oportuna, no es justo que una empresa pueda evadir el pago de impuestos que podrían destinarse a familias, empresas, hospitales y escuelas del país. La Comisión supervisa esta equidad. Es la vertiente social de la normativa de competencia y es la idea que defiende Europa.
Ser europeo también implica compartir una cultura que protege a nuestros trabajadores y nuestras industrias en un mundo cada vez más globalizado. Como sucede a los miles de trabajadores que pueden perder su empleo en la localidad belga de Gosselies, gracias a la legislación de la UE la empresa deberá ahora entablar un verdadero diálogo social. Además, los trabajadores y las autoridades locales pueden contar con la solidaridad europea y la ayuda de los fondos de la UE.
Ser europeo también significa defender nuestro sector siderúrgico. Aunque ya disponemos de 37 medidas anti-dumping y anti-subvención para proteger a nuestro sector siderúrgico de la competencia desleal, tenemos que adoptar más medidas, pues el exceso de producción en algunas partes del mundo está provocando la quiebra de los productores europeos. Por eso, para abordar esta cuestión del exceso de capacidad, ya he visitado China dos veces este año. Esta es también la razón de que la Comisión haya propuesto modificar la regla del derecho inferior. Los Estados Unidos imponen un arancel del 265 % a la importación de acero procedente de China, mientras que aquí en Europa algunos gobiernos han insistido durante años en que redujéramos los aranceles aplicables al acero chino. Insto a todos los Estados miembros y a este Parlamento a que respalden a la Comisión a la hora de reforzar sus instrumentos de defensa comercial. No debemos ser unos defensores ingenuos del libre comercio, sino que hemos de ser capaces de responder al dumping con la misma firmeza con que la que actúan los Estados Unidos.
Una parte esencial de nuestro modo de vida europeo que deseo preservar es nuestro sector agrícola. La Comisión siempre estará al lado de nuestros agricultores y ganaderos, especialmente cuando atraviesen momentos difíciles, como sucede en la actualidad. El año pasado, el sector lácteo sufrió una prohibición impuesta por Rusia por lo que la Comisión movilizó 1 000 millones de euros en apoyo de los productores de leche para que pudieran sobreponerse a esta crisis. No aceptaré que la leche sea más barata que el agua.
Para la mayoría de nosotros, ser europeo significa compartir el euro. Durante la crisis financiera mundial, el euro se mantuvo fuerte y nos protegió frente a una inestabilidad aún mayor. El euro es una moneda de referencia a nivel mundial y aporta enormes beneficios económicos que en ocasiones pasan desapercibidos. Este año los países de la zona del euro se han ahorrado 50 000 millones de euros en concepto de pago de intereses gracias a la política monetaria del Banco Central Europeo. Cuantía extra que nuestros ministros de Hacienda pueden y deben invertir en la economía.
Mario Draghi preserva la estabilidad de nuestra moneda y con ello está contribuyendo en mayor medida al crecimiento y la creación de empleo que muchos de nuestros Estados miembros.
Si bien es cierto que los europeos hemos atravesado una crisis financiera y de deuda histórica, no lo es menos que, aunque los déficits públicos se situaron en el 6,3 % de media en la zona del euro en 2009, hoy están por debajo del 2 %.
A lo largo de los tres últimos años, casi 8 millones de personas encontraron trabajo. Más de 1 000 000 solo en España, un país que sigue recuperándose de manera sorprendente de la crisis.
Ojalá todo esto se recordara con mayor frecuencia en Europa cada vez que los políticos electos toman la palabra.
En nuestra Unión incompleta, ningún liderazgo europeo puede sustituir al liderazgo nacional.
Las naciones europeas deben defender la causa de la unidad. Nadie puede hacerlo en su lugar.
Está en su mano.
Podemos mantenernos unidos aunque seamos diversos.
Las grandes naciones democráticas de Europa no deben dejarse doblegar por los vientos del populismo.
Europa no debe acobardarse ante el terrorismo.
Por el contrario, los Estados miembros deben construir una Europa protectora y, nosotros, las instituciones europeas, hemos de contribuir a hacer realidad esta promesa.
UNA EUROPA QUE EMPODERE A LOS CIUDADANOS
La Unión Europea no solo debe preservar nuestro modo de vida europeo, sino también empoderar a quienes vivan conforme a él.
Necesitamos trabajar por una Europa que empodere a nuestros ciudadanos y potencie nuestra economía, que viven ya en la era digital.
Las tecnologías y las comunicaciones digitales penetran en cada aspecto de la vida.
No necesitan más que acceso a internet de alta velocidad. Tenemos que estar conectados. Nuestra economía lo necesita. Los ciudadanos, también.
Y tenemos que invertir en esta conectividad ahora.
Por esta razón, la Comisión propone hoy que se reformen los mercados europeos de telecomunicaciones. Queremos crear un marco legal que atraiga y permita realizar inversiones en conectividad.
Las empresas deben ser capaces de planificar sus inversiones en Europa para los próximos veinte años porque, si invertimos en nuevos servicios y redes, ello conllevaría la creación de 1,3 millones de puestos de trabajo en la próxima década.
La conectividad debe beneficiar a todo el mundo.
Por ello, la Comisión propone el despliegue masivo de la tecnología 5G, la quinta generación de sistemas de comunicación móvil, en toda la Unión Europea de aquí a 2025. Esta iniciativa encierra potencial para crear otros dos millones de empleos en la UE.
Que todo el mundo pueda beneficiarse de la conectividad implica que no debe importar ni dónde vives ni cuanto ganas.
Así pues, hoy proponemos dotar a cada pueblo y cada ciudad de Europa de acceso inalámbrico gratuito a internet en torno a los principales centros de la vida pública de aquí a 2020.
A medida que el mundo se digitaliza, también tenemos que empoderar a nuestros artistas y creadores y proteger sus obras.Artistas y creadores son nuestras joyas de la corona. La creación de contenidos no es una afición o pasatiempo. Es una profesión y forma parte de nuestra cultura europea.
Deseo que los periodistas, editores y autores reciban una retribución justa por su trabajo, tanto si se realiza en estudios o en el salón de casa, si se difunde en línea como si no, si se publica mediante copiadora o introduciendo un hipervínculo en la web.
La revisión de la normativa europea de derechos de autor que proponemos hoy está orientada precisamente a eso.
Potenciar la economía significa invertir no solo en conectividad, sino también en creación de empleo.
Es por ello que Europa debe invertir de manera decidida en su juventud, en sus demandantes de empleo, en las empresas emergentes.
El Plan de Inversiones para Europa, dotado con 315 000 millones y adoptado aquí en esta Cámara hace tan solo 12 meses, ya ha captado 116 000 millones de inversiones, desde Letonia hasta Luxemburgo, en su primer año de funcionamiento.
Se le han concedido préstamos a más de 200 000 pymes y empresas emergentes de toda Europa, y más de 100 000 personas han conseguido un nuevo empleo. Y todo ello gracias al nuevo Fondo Europeo para Inversiones Estratégicas que yo propuse, mi Comisión desarrolló y sus Señorías apoyaron y adoptaron aquí en el Parlamento Europeo en tiempo récord.
Y ahora vamos a dar un paso más. Hoy proponemos duplicar tanto el período de vigencia del Fondo como su capacidad financiera.
Con su apoyo, lograremos que el Fondo facilite un total de al menos 500 000 millones (medio billón) de inversiones hasta 2020. Y seguiremos trabajando para alcanzar los 630 000 millones de euros hasta el año 2022. Por supuesto, con la contribución de los Estados miembros, podremos lograr el objetivo aún más rápidamente.
Junto con estos esfuerzos para atraer la inversión privada, también tenemos que crear el entorno adecuado para dicha inversión.
Los bancos europeos se encuentran en una situación mucho mejor que hace dos años, gracias a nuestros esfuerzos comunes europeos. Europa necesita a sus bancos. Pero una economía dependiente casi por completo del crédito bancario es perjudicial para la estabilidad financiera. También es perjudicial para las actividades económicas, tal y como se ha visto durante la crisis financiera. Por eso es urgente que redoblemos nuestros esfuerzos para la consecución de la Unión de Mercados de Capitales. La Comisión les presenta hoy una hoja de ruta concreta.
La Unión de Mercados de Capitales hará nuestro sistema financiero más resiliente. Hará que las empresas dispongan de un acceso más simplificado y diversificado a la financiación. Imagínense una empresa emergente finlandesa que no puede conseguir un préstamo bancario. Actualmente, las opciones son muy limitadas. La Unión de Mercados de Capitales proporcionará fuentes vitales de financiación alternativa para ayudar a las empresas emergentes en sus inicios: inversores providenciales («business angels»), capital riesgo o financiación de mercado.
Por mencionar un ejemplo: hace casi un año, pusimos sobre la mesa una propuesta que facilitará a los bancos la concesión de préstamos. Supone la posibilidad de liberar casi 100 000 millones de euros de financiación adicional para las empresas de la UE, así que conviene que aceleremos su adopción.
Nuestro Plan Europeo de Inversiones ha funcionado mejor de lo que nadie había esperado en Europa, y ahora vamos a ampliarlo a nivel global, tal y como muchos de ustedes y muchos Estados miembros han pedido.
Hoy ponemos en marcha un ambicioso Plan de Inversiones para África y los países de nuestra vecindad que tiene un potencial de captar 44 000 millones de euros en inversiones, que pueden incrementarse hasta 88 000 millones si los Estados miembros colaboran.
El planteamiento es el mismo que ha funcionado bien respecto del plan de inversiones interiores: utilizaremos fondos públicos como garantía para atraer la inversión pública y privada para crear puestos de trabajo reales.
Todo ello servirá de complemento a nuestra ayuda al desarrollo y ayudará a hacer frente a una de las causas profundas de la migración. Dado que el crecimiento económico en los países en desarrollo se encuentra en sus niveles más bajos desde 2003, esto es crucial. El nuevo plan servirá de salvavidas para quienes, de otro modo, se verían obligados a emprender un peligroso viaje en busca de una vida mejor.
No solo debemos invertir en la mejora de las condiciones en el extranjero, sino también en la respuesta a las crisis humanitarias en nuestro territorio. Y, por encima de todo, tenemos que invertir en nuestros jóvenes.
No puedo aceptar ni aceptaré que Europa sea y siga siendo el continente del desempleo juvenil.
No puedo aceptar ni aceptaré que la generación del milenio, o «generación Y», se convierta en la primera generación en 70 años que sea más pobre que sus padres.
Por supuesto, esto es una tarea que corresponde principalmente a los gobiernos nacionales, pero la Unión Europea puede apoyar sus esfuerzos. Eso es lo que estamos haciendo con la Garantía Juvenil de la UE, lanzada hace tres años. Mi Comisión ha mejorado la eficacia y ha acelerado la aplicación de la Garantía Juvenil. Más de nueve millones de jóvenes ya se han beneficiado de este programa. Esto significa que hay nueve millones de jóvenes que han conseguido un puesto de trabajo, de aprendizaje o de prácticas gracias a la UE. Y seguiremos desarrollando la Garantía Juvenil en toda Europa, mejorando la capacitación de los europeos y llegando a los jóvenes y a las regiones que más lo necesitan.
Eso mismo estamos haciendo con los programas Erasmus, de los que ya se han beneficiado cinco millones de estudiantes. Los jóvenes se desplazan, viajan, trabajan, estudian y se forman en todos los países de Europa gracias al programa Erasmus. Y uno de cada tres jóvenes estudiantes de Erasmus Plus recibe ofertas de empleo de la empresa en la que se ha formado.
Aún podemos hacer más. En Europa hay muchos jóvenes con inquietudes sociales dispuestos a realizar una contribución significativa a la sociedad y a mostrar su solidaridad. Podemos crear oportunidades para que así lo hagan.
La solidaridad es el elemento aglutinante que mantiene unida a nuestra Unión
La palabra «solidaridad» aparece en 16 ocasiones en los Tratados que todos nuestros Estados miembros han suscrito y ratificado.
Nuestro presupuesto europeo es la prueba viva de la solidaridad financiera.
Existe una solidaridad impresionante cuando se trata de aplicar conjuntamente sanciones europeas cuando Rusia viola el Derecho internacional.
El euro es una expresión de solidaridad.
Nuestra política de desarrollo es una sólida muestra exterior de solidaridad.
Y cuando se trata de gestionar la crisis de los refugiados, hemos comenzado a percibir la solidaridad. Estoy convencido de que se necesita mucha más solidaridad. Pero también sé que la solidaridad debe ser voluntaria, que debe provenir del corazón, que no puede ser forzada.
Tendemos a mostrarnos solidarios de forma más espontánea cuando nos enfrentamos a situaciones de emergencia.
Cuando se estaban quemando los montes portugueses, los aviones italianos sofocaron las llamas.
Cuando las inundaciones cortaron el suministro eléctrico en Rumanía, los generadores suecos volvieron a encender las luces.
Cuando miles de refugiados llegaron a las costas griegas, las tiendas de campaña eslovacas les dieron cobijo.
Con ese mismo espíritu, la Comisión propone hoy establecer un Cuerpo Europeo de Solidaridad. Los jóvenes de toda la UE podrán realizar labores de voluntariado donde más se necesita su ayuda, a fin de responder a las situaciones de crisis, como la crisis de los refugiados o los recientes terremotos de Italia.
Me gustaría que el Cuerpo Europeo de Solidaridad comenzase a funcionar a finales de este año. Y que en 2020 ya participen 100 000 los jóvenes europeos.
Al incorporarse voluntariamente a este Cuerpo Europeo de Solidaridad, estos jóvenes podrán desarrollar sus capacidades y conseguir no solo un trabajo, sino también una experiencia humana inestimable.
UNA EUROPA QUE VELE POR LA SEGURIDAD
Una Europa que protege a sus ciudadanos es una Europa que vela por su seguridad, interior y exterior.
Tenemos que defendernos del terrorismo.
Desde los atentados de Madrid de 2004, se han producido más de 30 atentados terroristas en Europa, 14 de ellos solamente en el último año. Más de 600 personas inocentes han muerto en ciudades como París, Bruselas, Niza o Ansbach.
Del mismo modo que hemos permanecido unidos en el dolor, debemos permanecer unidos en nuestra respuesta.
Los actos de barbarie del pasado año han demostrado una vez más qué es lo que defendemos: el modo de vida europeo. Ante lo peor de la humanidad, debemos mantenernos fieles a nuestros valores, a nosotros mismos. Y lo que somos se resume en sociedades democráticas, plurales, abiertas y tolerantes.
Pero la tolerancia no puede suponer un menoscabo para nuestra seguridad.
Esta es la razón por la que mi Comisión ha dado prioridad a la seguridad desde el primer día, persiguiendo penalmente el terrorismo y a los combatientes extranjeros en toda la UE, adoptando severas medidas contra la utilización de armas de fuego y contra la financiación del terrorismo, cooperando con empresas de Internet para acabar con la propaganda terrorista en línea y combatiendo la radicalización en las escuelas y prisiones europeas.
Pero es necesario ir más allá.
Debemos saber quién cruza nuestras fronteras.
Por este motivo, defenderemos nuestras fronteras con la nueva Guardia Europea de Fronteras y Costas, que está siendo formalizada por el Parlamento y el Consejo, tan solo nueve meses después de que la Comisión la propusiese. Frontex ya tiene más de 600 agentes sobre el terreno en la frontera griega con Turquía y más de 100 en Bulgaria. Ahora, las instituciones de la UE y los Estados miembros deben colaborar de forma muy estrecha para poner en marcha rápidamente la nueva Agencia. Mi intención es que se desplieguen 200 guardias fronterizos y 50 vehículos más en las fronteras exteriores de Bulgaria a partir de octubre.
También defenderemos nuestras fronteras con controles estrictos de todo el que las cruce, que se adoptarán antes de finales de año. Cada vez que alguien entre en la UE o salga de ella, quedará registrado cuándo, dónde y por qué.
A más tardar en noviembre, propondremos un Sistema Europeo de Información de Viajeros, un sistema automatizado para determinar quién está autorizado a viajar a Europa. De esta manera, sabremos quién viaja a Europa, incluso antes de llegue aquí.
Y todos necesitamos esa información. ¿Cuántas veces hemos escuchado a lo largo de los últimos meses que existía información en la base de datos de un país, pero que nunca fue transmitida a la autoridad de otro país, lo que podría haber sido decisivo?
La seguridad de las fronteras también implica que hay que dar prioridad al intercambio de información y de datos de inteligencia. Para ello, reforzaremos Europol, la Agencia Europea de apoyo a los cuerpos y fuerzas de seguridad nacionales, proporcionándole un mejor acceso a las bases de datos y a más recursos. Una unidad de lucha contra el terrorismo que cuenta actualmente con 60 efectivos no puede proporcionar el apoyo ininterrumpido necesario.
Una Europa que protege su seguridad también defiende nuestros intereses más allá de nuestras fronteras.
La realidad es simple: el mundo es cada vez mayor, y nosotros somos cada vez más pequeños.
Actualmente, los europeos representamos el 8 % de la población mundial, pero en 2050 solo representaremos el 5 %. Para entonces, no habrá un solo país de la UE entre las principales economías del mundo. ¿Pero y la UE en su conjunto? Seguiremos en lo más alto de la clasificación.
A nuestros enemigos les gustaría que nos fragmentásemos.
Nuestros competidores saldrían beneficiados con nuestra división.
Solo unidos somos y seguiremos siendo una potencia con la que es necesario contar.
Y sin embargo, a pesar de que Europa se enorgullece de su poder simbólico de alcance mundial, no debemos ser ingenuos. El poder simbólico no es suficiente en nuestro entorno cada vez más peligroso.
Tomemos como ejemplo la encarnizada lucha que está teniendo lugar en Siria. Sus consecuencias para Europa son inmediatas. Los terroristas entrenados en los campos del Daesh llevan a cabo atentados en nuestras ciudades. ¿Dónde están la Unión y sus Estados miembros en las negociaciones para llegar a un acuerdo?
Federica Mogherini, alta representante y vicepresidenta de mi Comisión, está realizando una excelente labor. Pero debe convertirse en nuestra Ministra Europea de Asuntos Exteriores, gracias a la cual todos los cuerpos diplomáticos europeos, de países grandes y pequeños por igual, aúnen sus fuerzas para conseguir influencia en las negociaciones internacionales. Esta es la razón por la que pido hoy una Estrategia Europea para Siria. Federica debe contar con un puesto en la mesa en la que se debata el futuro de Siria, de manera que Europa pueda ayudar a reconstruir una nación siria en paz y una sociedad civil plural y tolerante en Siria.
Europa debe adoptar una postura más firme, especialmente en lo relativo a nuestra política de defensa.
Europa ya no puede sustentarse en la fuerza militar de otros o dejar que Francia defienda por sí sola su honor en Mali.
Tenemos que asumir la responsabilidad de proteger nuestros intereses y el modo de vida europeo.
A lo largo de la última década, hemos participado en más de 30 misiones civiles y militares de la UE, desde África hasta Afganistán. Pero sin una estructura permanente no podemos actuar de manera eficaz, ya que esto implica que se retrasen las operaciones urgentes. Tenemos sedes de operaciones distintas para misiones paralelas, aun cuando se llevan a cabo en el mismo país o ciudad. Es hora de tener una única sede para estas operaciones.
También debemos avanzar en la puesta en común de medios militares, en algunos casos propiedad de la UE. Y, por supuesto, en plena complementariedad con la OTAN.
El argumento económico es claro: la falta de cooperación en materia de defensa cuesta a Europa entre 25 000 y 100 000 millones de euros al año, según la materia. Podríamos utilizar ese dinero para otras muchas cosas.
Podemos lograrlo. Estamos creando una flota multinacional de aviones cisterna. Reproduzcamos este ejemplo.
Para que la estrategia de defensa europea sea sólida, la industria de defensa europea debe innovar. Por este motivo, vamos a proponer antes de finales de año un Fondo Europeo de Defensa, a fin de potenciar la investigación y la innovación.
El Tratado de Lisboa permite a aquellos Estados miembros que lo deseen poner en común sus capacidades de defensa en forma de una cooperación estructurada permanente. Creo que ha llegado el momento de hacer uso de esta posibilidad. Espero que la reunión de los 27 en Bratislava dentro de unos días sea el primer paso político en esta dirección.
Porque solo trabajando juntos, Europa será capaz de defenderse tanto en el interior como en el exterior.
UNA EUROPA QUE ASUMA RESPONSABILIDADES
El último punto que quiero destacar es el relativo a la responsabilidad, a la asunción de responsabilidades a fin de construir una Europa que protege a sus ciudadanos.
Apelo a todas las instituciones de la UE y a todos los Estados miembros a que asuman sus responsabilidades.
Tenemos que acabar con la vieja historia de que el éxito es nacional y el fracaso es europeo. De lo contrario, nuestro proyecto común no sobrevivirá.
Debemos recordar el sentido del objetivo de nuestra Unión. Por tanto, invito a cada uno de los 27 dirigentes que acudirán a Bratislava a reflexionar sobre los tres motivos por los que necesitamos la Unión Europea.Tres objetivos para cuyo logro estén dispuestos a asumir responsabilidades y que estén dispuestos a cumplir rápidamente después.
El retraso en el cumplimiento de los compromisos asumidos es un fenómeno que implica un riesgo cada vez mayor de menoscabo de la credibilidad de la Unión. Tomemos como ejemplo el Acuerdo de París. Los europeos somos los líderes mundiales en la acción por el clima. Fue Europa la que promovió el primer acuerdo mundial sobre el clima jurídicamente vinculante. Fue Europa la que propició la coalición de ambición que hizo posible un acuerdo en París. Pero es esa misma Europa la que se debate para dar ejemplo y figurar entre los primeros en ratificar nuestro acuerdo. Por el momento, solo Francia, Austria y Hungría lo han ratificado.
Hago un llamamiento a todos los Estados miembros y a este Parlamento para que cumplan con su parte, no ya en los próximos meses, sino en las próximas semanas. Tenemos que ser más rápidos. Ratifiquemos el acuerdo de París cuanto antes. Podemos lograrlo. Es cuestión de voluntad política. Y es la influencia mundial europea la que está en juego.
Las instituciones europeas también deben asumir su responsabilidad.
He pedido a cada uno de mis Comisarios que se preparen para debatir, en las próximas dos semanas, el Estado de nuestra Unión en los respectivos Parlamentos nacionales de los países que mejor conoce cada uno de ellos. Desde el inicio de mi mandato, mis Comisarios han efectuado más de 350 visitas a los Parlamentos nacionales. Y quiero que lo hagan con una frecuencia aún mayor. Porque Europa solo puede construirse con los Estados miembros, nunca contra ellos.
También hemos de asumir la responsabilidad de reconocer que en ocasiones no nos corresponde decidir. No es justo que, cuando los países de la UE no logran ponerse de acuerdo sobre si se debe prohibir el uso del glifosato en los herbicidas, el Parlamento y el Consejo obliguen a la Comisión a tomar una decisión.
Así que cambiaremos esas normas, ya que eso no es democracia.
La Comisión debe asumir responsabilidades tomando decisiones políticas, no tecnocráticas.
Una Comisión política es la que escucha al Parlamento Europeo, escucha a todos los Estados miembros y escucha a la gente.
Y es el hecho de escuchar lo que nos ha llevado a retirar 100 propuestas en nuestros primeros dos años de mandato, a presentar un 80 % menos de iniciativas que durante los últimos cinco años y a llevar a cabo una profunda revisión de toda la legislación vigente. Porque solo centrándonos en aquellos ámbitos en los que Europa puede aportar un valor añadido real y lograr resultados, podremos hacer de Europa un lugar mejor y más fiable.
Ser político también significa corregir errores tecnocráticos inmediatamente cuando se producen. La Comisión, el Parlamento y el Consejo han decidido conjuntamente suprimir las tarifas de itinerancia de la telefonía móvil. Es una promesa que cumpliremos. No solo para los viajeros de negocios que se desplazan al extranjero durante dos días. No solo para el turista que pasa dos semanas de vacaciones al sol. Sino también para los trabajadores transfronterizos. Y para los millones de estudiantes Erasmus que cursan sus estudios en el extranjero durante uno o dos cuatrimestres. Es por ello que he retirado un proyecto que un funcionario bienintencionado elaboró durante el verano. El proyecto era correcto desde el punto de vista técnico, pero no se ajustaba a lo prometido. A partir de la semana que viene, dispondremos de un nuevo proyecto mejorado. Cuando se llama en itinerancia, las condiciones deben ser las mismas que en el país de origen.
Ser político es también lo que nos permite aplicar el Pacto de Estabilidad y Crecimiento con sentido común. La creación del Pacto se vio influida por la teoría. Su aplicación se ha convertido en una doctrina para muchos. Y, hoy por hoy, el Pacto es un dogma para algunos. En teoría, deberían aplicarse sanciones si se sobrepasa una simple décima el 60 por ciento de la deuda de un país. Pero, en realidad, hay que examinar las razones de la deuda. Debemos tratar de apoyar y no castigar los esfuerzos de reforma que se están realizando. Para ello, necesitamos políticos responsables. Y seguiremos aplicando el Pacto de forma no dogmática, sino con sentido común y con la flexibilidad que acertadamente introdujimos en las normas.
Por último, asumir responsabilidades también significa responder ante nuestros votantes. Por esta razón, propondremos modificar la norma absurda de que los Comisarios deben dimitir de sus funciones cuando desean concurrir a las elecciones europeas. La Canciller alemana o el Primer Ministro checo, danés o estonio no dejan sus puestos cuando concurren a la reelección, y por tanto, tampoco deberían estar obligados a hacerlo los Comisarios. Si queremos una Comisión que responda a las necesidades del mundo real, deberíamos animar a los Comisarios a acudir a la necesaria cita con la democracia, y no impedírselo.
CONCLUSIÓN
Señorías:
Soy tan joven como el proyecto europeo, que cumplirá 60 años el próximo mes de marzo.
Lo he vivido y he trabajado por él toda mi vida.
Mi padre creía en Europa, porque creía en la estabilidad, los derechos de los trabajadores y el progreso social.
Porque entendía muy bien que la paz en Europa era algo precioso, y frágil.
Yo creo en Europa porque mi padre me transmitió esos mismos valores.
¿Pero qué les estamos transmitiendo a nuestros hijos actualmente? ¿Qué heredarán de nosotros? ¿Una Unión que se deshilacha en desunión? ¿Una Unión que ha olvidado su pasado y que no tiene visión de futuro?
Nuestros hijos merecen algo mejor.
Merecen una Europa que proteja su estilo de vida.
Merecen una Europa que los empodere y vele por su seguridad.
Merecen una Europa que los proteja.
Ha llegado el momento de que nosotros, las instituciones, los gobiernos, los ciudadanos, asumamos, todos, la responsabilidad de construir esa Europa. Juntos.
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