La verdad definitiva sobre la guerra fría no se escribirá nunca porque la Historia evoluciona constantemente en función de las sociedades que la hacen y la estudian. Los historiadores de numerosos países están de acuerdo, sin embargo, en que el hecho más importante de aquel periodo fue, desde el punto de vista de los occidentales, la lucha contra el comunismo a escala planetaria.
En ese combate, que marcó la historia del siglo XX como pocos sucesos lo han hecho, la antigua superpotencia colonial británica tuvo que renunciar a su hegemonía en beneficio de los Estados Unidos. Este último país utilizó la lucha contra el comunismo para acrecentar su propia influencia década tras década. Después del derrumbe de la Unión Soviética, acontecimiento que puso fin a la guerra fría en 1991, el Imperio americano garantizó para sí mismo un predominio jamás visto anteriormente en toda la historia.
En Gran Bretaña, el establishment conservador experimentó una profunda conmoción en 1917 cuando, por primera vez en la historia de la humanidad, se produjo la aparición de un régimen comunista en un lejano pero extenso país agrícola. Después de la Revolución rusa, los comunistas asumieron el control de las fábricas y anunciaron que los medios de producción serían en lo adelante propiedad del pueblo. En la mayoría de los casos, los inversionistas lo perdieron todo.
En su obra Los orígenes de la guerra fría, el historiador Denna Frank Fleming observó que muchos de los cambios sociales que aportó la Revolución de Octubre, como la abolición de los cultos y de la nobleza campesina, «hubiesen podido ser aceptados por los conservadores, en el extranjero, con el paso del tiempo, pero nunca la nacionalización de la industria, del comercio y de la tierra». El ejemplo de la Revolución rusa no fue seguido en ninguna parte. «J.B. Priestly dijo un día que la mentalidad de los conservadores ingleses se había cerrado en el momento de la Revolución rusa y no ha vuelto a abrirse desde entonces.» [1]
Ampliamente ignorada en el oeste, la guerra secreta contra el terrorismo comenzó por lo tanto inmediatamente después de la Revolución rusa, cuando Gran Bretaña y Estados Unidos instauraron ejércitos secretos contra los nuevos países satélites de la Unión Soviética. Entre 1918 y 1920, Londres y Washington se aliaron a la derecha rusa y financiaron una decena de intervenciones militares en suelo soviético. Ninguna de ellas logró derrocar a los nuevos dirigentes. Pero sí dieron lugar a que las élites comunistas y el dictador Stalin albergaran profundas sospechas en cuanto a las intenciones del Occidente capitalista [2].
Durante los años subsiguientes, la Unión Soviética reforzó su aparato de seguridad hasta convertirse en un Estado totalitario que no vacilaba en arrestar en su suelo a los extranjeros sospechosos de ser agentes del Oeste. Al hacerse evidente que derrocar el régimen comunista en Rusia no era tarea fácil, Gran Bretaña y sus aliados dedicaron sus esfuerzos a impedir que el comunismo se extendiera a otros países.
En julio de 1936, el dictador fascista Francisco Franco intentó un golpe de Estado contra el gobierno de la izquierda española y, en el transcurso de la subsiguiente guerra civil, eliminó a la oposición y a los comunistas españoles. Gozó para ello del silencioso apoyo de los gobiernos de Londres, Washington y París. Si no hubo lucha contra el ascenso de Adolfo Hitler al poder fue en gran parte porque Hitler apuntaba contra el enemigo correcto: el comunismo soviético. Durante la guerra civil española, se permitió que los ejércitos de Hitler y de Mussolini bombardearan libremente a la oposición republicana.
Después de haber desencadenado la Segunda Guerra Mundial, Hitler lanzó contra Rusia tres grandes ofensivas, en 1941, 1942 y 1943, que estuvieron a punto de asestar al bolchevismo un golpe fatal. Entre todas las partes beligerantes, fue la Unión Soviética la que pagó el más alto tributo: 15 millones de muertos entre la población civil, 7 millones de muertos entre los soldados y 14 millones de heridos [3].
Según los historiadores rusos, haciendo caso omiso a los urgentes pedidos de Moscú, Estados Unidos –país que perdió 300 000 hombres en la liberación de Europa y Asia– se puso de acuerdo con Gran Bretaña para no abrir un segundo frente en el oeste, lo cual hubiese obligado a Alemania a movilizar tropas en esa dirección y, por consiguiente, a disminuir el número de efectivos alemanes en el frente ruso. La correlación de fuerzas no se invirtió sino después de Stalingrado, donde el Ejército Rojo finalmente se impuso a los alemanes y comenzó su avance hacia el oeste. Esto explica, también según los historiadores rusos, que los Aliados, temerosos de perder terreno, abrieran entonces rápidamente un segundo frente y, después de desembarcar en Normandía, salieran al encuentro de los soviéticos en Berlín [4] Ver también los artículos de Valentín Falin, historiador ruso en los archivos de la Red Voltaire.
Los historiadores británicos atestiguan la existencia de toda una serie de intrigas sucesivas que han influido en la conformación de los demás países y del suyo propio. «La Inglaterra moderna siempre ha sido un centro de subversión –a los ojos de los demás pero no a los suyos propios», observó Mackenzie después de la Segunda Guerra Mundial. «Lo que determina la existencia de ese espejo con dos caras: de un lado encontramos la percepción que existe en el extranjero de una Inglaterra intrigante, sutil y totalmente secreta; y del otro una imagen de honestidad, de simplicidad y de indulgencia que comparte una mayoría de los súbditos.» [5] Para Mackenzie, la legendaria guerra secreta que practican los británicos tiene su origen «en la historia de las “pequeñas guerras” que conformaron la historia del Imperio británico» [6].
Antes de la Segunda Guerra Mundial, los estrategas del ministerio de Defensa británico llegaron a la conclusión de que sus operaciones secretas debían «inspirarse de la experiencia adquirida en la India, en Irak, en Irlanda y en Rusia, o sea desarrollar una guerrilla con técnicas de combate similares a las del IRA» [7].
En marzo de 1938, poco después de la anexión de Austria por parte de Hitler, se creó en el seno del MI6 un nuevo departamento, llamado Sección D y encargado de desarrollar operaciones de subversión en Europa. La Sección D comenzó a formar comandos de sabotaje stay-behind en los países que se encontraban bajo la amenaza de agresión alemana [8]. En 1940, cuando parecía inminente la invasión del sur de Inglaterra, la «Sección D se dio a la tarea de diseminar reservas de armas y agentes reclutadores a través de toda Gran Bretaña, sin informarlo a nadie.» [9]
El reclutamiento y la dirección de los agentes stay-behind por parte de los miembros de la Sección D parecían desarrollarse en el mayor secreto: «La apariencia de aquellos desconocidos [los agentes de la Sección D], con sus trajes y sus autos negros, y la misteriosa impresión que dejaban no tardó en inquietar a la población», recuerda Peter Wilkinson, un ex agente del SOE. Los agentes secretos enfurecían también a «los responsables militares al negarse sistemáticamente a explicar las razones de su presencia o a hablar del contenido de sus misiones y al afirmar únicamente que todo aquello era altamente confidencial» [10].
Medio siglo más tarde, la exposición del Imperial War Museum de Londres dedicada a las «guerras secretas» reveló al público cómo «la Sección D del MI6, conforme a la doctrina stay-behind, también había creado en Inglaterra ejércitos de resistencia bautizados “Unidades Auxiliares” y equipados con armas y explosivos». Esas primeras unidades Gladio de Gran Bretaña «recibieron un entrenamiento especial y aprendieron a operar detrás de las líneas enemigas según la hipótesis de que los alemanes invadiesen la isla. Gracias a una red de escondites secretos y de alijos de armas, debían realizar acciones de sabotaje y de guerrilla contre el ocupante alemán.» [11]
Como nunca se produjo la invasión, no se sabe si aquel plan hubiese funcionado. Pero en agosto de 1940 «un ejército bastante heteróclito» pudo desplegarse a lo largo de los litorales ingleses y escoceses del Mar del Norte, en los lugares más vulnerables a una posible invasión [12].
La zona de acción de la Sección D del MI6 se limitaba inicialmente al territorio británico. Así fue hasta julio de 1940, cuando el primer ministro británico Winston Churchill ordenó la creación de un ejército secreto bautizado con la denominación de SOE y destinado a «incendiar Europa apoyando a los movimientos de resistencia y realizando operaciones de subversión en territorio enemigo» [13].
Un memorando del ministerio de la Guerra fechado el 19 de julio de 1940 indica que: «El Primer Ministro ha decido también, después de consultar a los ministerios interesados, que una nueva organización debe crearse inmediatamente con la misión de coordinar todas las acciones de subversión y de sabotaje dirigidas contra el enemigo fuera del territorio nacional». El SOE se puso bajo el mando de Hugh Dalton, ministro de la Economía de Guerra.
Cuando los alemanes, después de la invasión de Francia, parecían haberse instalado allí por largo tiempo, el ministro Dalton señaló la necesidad de emprender una guerra secreta contra las fuerzas alemanas en los territorios ocupados: «Debemos organizar, en el interior de los territorios ocupados, movimientos comparables al Sinn Fein en Irlanda, a la guerrilla china que lucha actualmente contra Japón, a los irregulares españoles que desempeñaron un papel nada despreciable en la campaña de Wellington o, por qué no reconocerlo, movimientos comparables a las organizaciones que tan notablemente han desarrollado los propios nazis en casi todos los países del mundo».
Parecía evidente que los británicos no podían darse el lujo de no prestar atención a la vía de la guerra clandestina. Dalton agregó: «Esta “internacional democrática” debe emplear diferentes métodos, incluyendo el sabotaje contra las instalaciones industriales y militares, la agitación sindical y la huelga, la propaganda constante, los atentados terroristas contra los traidores y los dirigentes alemanes, el boicot y los motines.» Era necesario, por lo tanto, establecer, en el mayor secreto, un red de resistencia, recurriendo a los elementos más aventureros del ejército y de la inteligencia británicos: «Lo que necesitamos es una nueva organización que coordine, inspire, supervise y asista a las redes de los países ocupados que tendrán que ser los actores directos. Para ello tendremos que poder contar con la más absoluta discreción, con una buena dosis de entusiasmo fanático, con la voluntad de cooperar con personas de diferentes nacionalidades y con el apoyo incondicional del poder político.» [14]
Bajo la protección del ministro Dalton, el comando operacional del SOE fue puesto en manos del general de división Sir Colin Gubbins, un hombrecito seco y flaco, originario de los Highlands y con bigote, que desempeñaría en lo adelante un papel determinante en la creación del Gladio británico [15]. «El problema y su solución consistían en estimular y permitir que los pueblos de los países ocupados perjudicaran en la mayor medida posible el esfuerzo de guerra alemán a través del sabotaje, la subversión, negándose a trabajar, realizando operaciones relámpago, etc…», describió Gubbins, «y, al mismo tiempo, preparar en territorio enemigo fuerzas secretas organizadas, armadas y entrenadas que solamente debían intervenir en el momento del asalto final.» El SOE era en realidad el precursor de la Operación Gladio, puesto en marcha en medio de la Segunda Guerra Mundial. Gubbins resume este ambicioso proyecto en los siguientes términos: «A fin de cuentas, aquel plan consistía en hacer llegar a las zonas ocupadas una gran número de hombres e importantes cantidades de armas y explosivos». [16]
El Special Operations Executive (SOE) empleaba a una gran parte de los efectivos de la Sección D y acabo convirtiéndose en una organización de gran envergadura, que contaba en sus filas con más de 13 000 hombres y mujeres y operaba en el mundo entero en estrecha colaboración con el MI6. Aunque realizó varias misiones en el Extremo Oriente, desde bases de retaguardia situadas en la India y en Australia, el principal teatro de operaciones del SOE seguía siendo el oeste de Europa donde se dedicaba casi exclusivamente a la creación de ejércitos secretos nacionales.
El SOE estimulaba el sabotaje y la subversión en los territorios ocupados y establecía núcleos de hombres entrenados capaces de prestar asistencia a los grupos de resistencia en la reconquista de sus respectivos países. «El SOE fue durante 5 años el principal instrumento de intervención de Gran Bretaña en las cuestiones políticas internas de Europa», precisa el informe del British Cabinet Office, «un instrumento extremadamente poderoso» ya que era capaz de ejecutar gran cantidad de tareas, «Mientras el SOE estuviese en acción, ningún político europeo podía creer en la renuncia o la derrota de los británicos». [17]
- Conocido durante mucho tiempo bajo la denominación codificada de «C», Sir Stewart Menzies fue el director del MI6 desde 1939 hasta 1952. Garantizó la continuidad delstay behind después de la victoria contra los nazis.
© E.O. Hoppé.
Oficialmente, el SOE fue disuelto y su dirección dimitió en enero de 1846, o sea poco después del fin de la Segunda Guerra Mundial. Pero Sir Steward Menzies, quien dirigió el MI6 desde 1939 hasta 1952, no tenía intenciones de renunciar a un instrumento tan interesante como el ejército secreto, sobre todo teniendo en cuenta que el director del Departamento de Operaciones Especiales del MI6 aseguraba que las acciones clandestinas de Gran Bretaña iban a proseguir durante la guerra fría. El informe del gobierno sobre el SOE, documento que se mantuvo en secreto durante un tiempo, concluyó que: «Es casi seguro que, bajo una u otra forma, habrá que reinstaurar el SOE en una guerra futura» [18].
Los objetivos a largo plazo del SOE y de su sucesora, la Special Operations Branch del MI6, aprobados de forma provisional por el Consejo del Estado Mayor británico el 4 de octubre de 1945, preveían en primer lugar la creación del esqueleto que debía sustentar una red capaz de extenderse rápidamente en caso de guerra y, en una segunda fase, la reevaluación de las necesidades del gobierno británico para sus operaciones clandestinas en el extranjero. «Se decidió preparar esas acciones prioritariamente en los países con posibilidades de ser invadidos durante las primeras fases de un conflicto con la Unión Soviética, aunque no [estuviesen] sometidos aún a la dominación de Moscú.» [19]
Después de la Segunda Guerra Mundial, el oeste de Europa siguió siendo por lo tanto el principal teatro de operaciones de la guerra secreta británica.
- A partir de 1946, la nueva sección del MI6 estuvo bajo las órdenes de Sir Colin Gubbins. Fue esta sección la que conformó las redes stay-behind de la Segunda Guerra Mundial.
Después de la disolución del SOE, el 30 de junio de 1956, una nueva sección designada como «Special Operations» se creó dentro del MI6 y se puso bajo las órdenes del general de división Colin Gubbins. Según el especialista holandés en servicios secretos Frans Kluiters, el MI6 promovía la formación de ejércitos anticomunistas secretos «mientras que los Special Operations comenzaban a construir redes en Alemania occidental, en Italia y en Austria. Esas redes (organizaciones stay-behind) podían ser activadas, en caso de una posible invasión soviética, para recoger información y realizar actos de sabotaje ofensivo» [20].
Gubbins puso especial cuidado en lograr que los efectivos se mantuvieran en Alemania, Austria, Italia, Grecia y Turquía después de 1945. En efecto, el SOE y sus sucesores «tenían otras preocupaciones políticas, aparte de la derrota de Alemania». La directiva de 1945, particularmente explícita, «establecía claramente que los principales enemigos del SOE eran el comunismo y la Unión Soviética» ya que se consideraba que los intereses británicos se hallaban «bajo la amenaza de la Unión Soviética y del comunismo europeo» [21].
Varios años más tarde, con la esperanza de obtener el apoyo de la representación nacional para continuar las operaciones clandestinas, el ministro británico de Relaciones Exteriores Ernest Bevin se dirigió al Parlamento el 22 de enero de 1948 para pedir con insistencia la creación de unidades armadas especializadas destinadas a luchar contra la subversión y las «quintas columnas» soviéticas. En aquel entonces sólo unos pocos parlamentarios sabían que en realidad aquella proposición ya se estaba aplicando.
Washington compartía la hostilidad de Londres hacia los soviéticos. Las dos potencias trabajaban en estrecha colaboración en materia de cuestiones militares y de inteligencia. La Casa Blanca puso en manos de Frank Wisner [22], director de la Office of Policy Coordination (OPC, el Buró de Coordinación Política de las operaciones especiales de la CIA), la tarea de crear ejércitos secretos stay-behind a través de todo el oeste de Europa, con la ayuda de la Special Operations Branch (SOB) del MI6, que dirigía el coronel Gubbins.
Roger Faligot y Remi Kauffer, dos historiadores franceses especializados en servicios secretos, explican que la CIA y el MI6 se encargaron primeramente de «neutralizar las últimas unidades clandestinas de las potencias del Eje en Alemania, en Austria y en el norte de Italia» y reclutaron después a ciertos miembros de las vencidas facciones fascistas incluyéndolos en sus nuevos ejércitos secretos anticomunistas. «Y fue así, a través del OPC de la CIA y de la SOB del SIS, como los servicios secretos de las grandes democracias que acababan de ganar la guerra trataron después de “reutilizar” algunos de sus comandos contra su antiguo aliado soviético.» [23]
Paralelamente a la del MI6 y la CIA y sus respectivos departamentos de operaciones especiales, la SOB y la OPC, se estableció también una cooperación entre las Fuerzas Especiales de los ejércitos de Gran Bretaña y Estados Unidos. Los SAS británicos y los Boinas Verdes estadounidenses, entrenados especialmente para la realización de misiones secretas en territorio enemigo, realizaron de forma conjunta un gran número de operaciones durante la guerra fría, entre ellas la formación de los ejércitos secretos stay-behind. Los ex oficiales de la Marina Real Giles y Preston, que habían creado el Gladio austriaco, contaron que los reclutas eran enviados a Fort Monckton, un edificio construido durante las guerras napoleónicas y situado frente al mar en Portsmouth (Inglaterra), donde se entrenaban junto a los miembros del SAS, bajo la dirección del MI6.
Giles y Preston participaron personalmente en aquellos ejercicios del Gladio y se entrenaron en uso de códigos secretos, manejo de armas y operaciones clandestinas [24] Decimo Garau fue uno de aquellos reclutas entrenados por el SAS británico antes de convertirse en instructor del Centro Addestramento Guastatori (CAG), una base del Gladio italiano situada en Capo Marragiu, en Cerdeña. «Me invitaron a pasar una semana en Poole, Inglaterra, para entrenarme con las Fuerzas Especiales», confirmó el instructor Garau después de las revelaciones sobre la existencia del Gladio, en 1990. «Hice un salto en paracaídas sobre [el canal de] la Mancha. Participé en el entrenamiento de ellos, todo se desarrolló muy bien entre nosotros. Después me mandaron a Hereford para preparar y realizar ejercicios con los [miembros del] SAS.» [25]
En aquella época, los británicos eran los más experimentados en materia de operaciones secretas y guerra no convencional. Sus Fuerzas Especiales (SAS) habían sido creadas en el norte de África, en 1942, con la misión de golpear en profundidad detrás de las líneas enemigas. Los más peligrosos adversarios de los SAS británicos eran sin dudas las SS alemanas, fundadas desde antes de la Segunda Guerra Mundial y dirigidas por Heinrich Himmler. Como todas las fuerzas especiales, las SS eran una unidad combatiente de élite, con sus propias insignias –portaban un uniforme negro bien ajustado, una gorra con un cráneo de plata y una daga plateada– y convencida de su superioridad sobre todos los demás cuerpos del ejército regular. Sus miembros adquirieron además rápidamente la reputación de ser «asesinos fanáticos». Después de la derrota de la Alemania nazi, las fuerzas especiales de las SS fueron consideradas como una organización criminal y el tribunal de Nuremberg las disolvió en 1946.
Después de la victoria, el SAS también fue desmantelado, en octubre de 1945. Sin embargo, como la necesidad de asestar golpes bajos y de realizar operaciones peligrosas iba en aumento a medida que disminuía la influencia de Gran Bretaña en el mundo, el SAS fue restablecido y enviado a luchar tras las líneas enemigas, específicamente en Malasia, en 1947. Desde su cuartel general de Hereford, conocido como «la Nursery», los SAS prepararon en el mayor secreto numerosas misiones como, por ejemplo, la efectuada en 1958 a pedido del sultán de Omán, operación durante la cual los miembros del SAS contribuyeron a reprimir una guerrilla marxista que se había revelado contra la dictadura del régimen. Aquella operación garantizaría el financiamiento del SAS en el futuro ya que, como pudo comprenderlo un oficial del SAS, los miembros de este servicio británico probaron entonces que «podían ser aerotransportados rápida y discretamente hacia una zona agitada y operar de forma totalmente confidencial en un lugar apartado, una carta muy apreciada por el gobierno conservador de la época». [26]
Aunque su acción armada más célebre sigue siendo el asalto a la embajada de Irán, en 1980, los SAS también participaron activamente en la guerra de las Islas Malvinas, en 1982. El despliegue más masivo de los SAS desde la Segunda Guerra Mundial tuvo lugar durante la guerra del Golfo de 1991. En 1996 colaboraron nuevamente con los Boinas Verdes estadounidenses para entrenar y equipar al Ejército de Liberación de Kosovo antes y después de los bombardeos de la OTAN sobre el territorio de aquella provincia, que se encontraba entonces bajo control serbio.
El diputado conservador Nigel West subrayó con toda razón que, al igual que los Boinas Verdes estadounidenses: «El SAS británico habría desempeñado un papel estratégico en la Operación Gladio si los soviéticos hubiesen invadido Europa occidental», dando así por sentada la implicación del SAS junto a los ejércitos stay-behind creados en Europa [27]. Tanto el SAS británico como los Boinas Verdes estadounidenses colaboraron estrechamente. Fue como prueba de aquella colaboración que los miembros de las Fuerzas Especiales estadounidenses comenzaron a portar, a partir de 1953, la famosa boina verde, proveniente del uniforme de sus modelos británicos. El uso de la boina verde, considerada «extranjera», molestó a muchos altos oficiales del ejército estadounidense.
Fue sólo cuando el presidente Kennedy, gran partidario de las operaciones secretas y de las Fuerzas Especiales, lo aprobó durante una visita a Fort Bragg, el cuartel general de dichas fuerzas, que la boina vino a ser oficialmente adoptada en Estados Unidos para convertirse rápidamente en el emblema del más prestigioso cuerpo de comandos del país. La admiración de los estadounidenses por el ilustre y glorioso SAS perduró por muchos años. Los boinas verdes acostumbraban incluso a referirse al cuartel general de Hereford como «la Casa Matriz» y los oficiales formados en Gran Bretaña gozaban de cierto prestigio a su regreso a Estados Unidos. Por su parte, los británicos se esmeraron en mantener esa alianza, al extremo que en 1962 nombraron al comandante de los Boinas Verdes, el general de división William Yarborough, miembro honorario del SAS.
Lady Thatcher envió el SOE a Cambodia donde este servicio secreto británico entrenó y dirigió a los Khmers Rojos. Estos masacraron entonces a un millón y medio de personas, prioritariamente a los intelectuales que hablaban francés.
En 1988, dos años antes del estallido del escándalo sobre el Gladio, la BBC reveló la existencia de una cooperación entre las Fuerzas Especiales estadounidenses y británicas. En un documento titulado The Unleashing of Evil, la BBC reveló al público que el SAS y los Boinas Verdes no habían vacilado en torturar a sus prisioneros en cada una de las campañas desarrollados desde hacía 30 años en Kenya, Irlanda del Norte, Omán, en Vietnam, Yemen, Chipre y en otros países. Luke Thomson, un ex oficial de Boinas Verdes, explicaba ante las cámaras de la BBC que las tropas de élite estadounidenses y británicas seguían un programa de entrenamiento común en Fort Bragg. Basándose en esa declaración, Richard Norton Taylor, el realizador de aquel documental, quien además se distinguió 2 años más tarde por sus investigaciones sobre el caso Gladio, concluyó que la crueldad «está finalmente más extendida y más anclada en nuestra naturaleza de lo que nos gusta creer» [28].
Durante otra operación secreta, los Boinas Verdes entrenaron también a los escuadrones de Khmers Rojos que participaron en el genocidio cambodiano, después de que se estableciera el contacto por parte de Ray Cline, alto responsable de la CIA y consejero especial del presidente estadounidense Ronald Reagan. Cuando estalló el escándalo del Irángate, en 1983, el presidente Reagan, que quería evitar a toda costa un nuevo escándalo, pidió a la primera ministra británica Margaret Thatcher que los británicos reemplazaran a los estadounidenses.
- Lady Thatcher envió el SOE a Cambodia donde este servicio secreto británico entrenó y dirigió a los Khmers Rojos. Estos masacraron entonces a un millón y medio de personas, prioritariamente a los intelectuales que hablaban francés.
Margaret Thatcher envió entonces el SAS a Cambodia para entrenar allí mismo a las tropas de Pol Pot. «Fuimos primero a Tailandia, en 1984», testimoniaron más tarde varios oficiales del SAS. «Trabajábamos con los yanquis, estábamos muy compenetrados, como hermanos. A ellos no les gustaba aquello más que a nosotros. Les enseñamos un montón de cosas técnicas a los Khmers Rojos», recuerda el oficial. «Al principio, ellos querían simplemente entrar en las aldeas y acabar con la gente a machetazos. Les dijimos que se calmaran.» Los SAS no se sentían muy a gusto en aquella misión: «Muchos de nosotros hubiésemos cambiado de bando a la primera oportunidad. Estábamos tan asqueados. Odiábamos tanto que nos asociaran con Pol Pot. Se lo aseguro, somos soldados, no asesinos de niños.» [29]
«Mi experiencia en las operaciones secretas me ha enseñado que nunca lo son por mucho tiempo», dijo con una sonrisa el mariscal Lord Carver, jefe del Estado Mayor y futuro comandante en jefe de la Defensa británica. Su observación pudiera aplicarse al Gladio. «Después que usted mete el dedo en el mecanismo, siempre existe el riesgo de que las Fuerzas Especiales empiecen a actuar por su cuenta, como hicieron los franceses en Argelia y quizás más recientemente en el caso del Rainbow Warrior, en Nueva Zelanda», cuando el Servicio [francés] de Documentación Exterior y de Contraespionaje (SDECE) hundió, el 10 de agosto de 1985, el barco de Greenpeace que trataba de oponerse a los ensayos nucleares franceses en el Pacífico [30].
El «mecanismo» también designaba, por supuesto, las acciones del SAS en Irlanda del Norte, donde los republicanos irlandeses consideran a los miembros de ese servicio especial británico ni más ni menos que como terroristas. «Hay buenas razones para pensar», acusaban sus opositores, «que, incluso desde el punto de vista británico, el SAS creó en Irlanda del Norte más problemas de los que resolvió» [31].
Al estallar el escándalo del Gladio, en 1990, la prensa británica observó que quedaba «ahora demostrado que el Special Air Service (SAS) estaba metido hasta el cuello en el proyecto de la OTAN y que había servido, con el MI6, para entrenar guerrilleros y saboteadores». Los periódicos británicos mencionaron sobre todo una «unidad stay-behind italiana entrenada en Gran Bretaña. Todo parece indicar que aquello duró hasta mediados de los años 80 (…) se ha comprobado que los SAS prepararon en la zona alemana ocupada por los británicos una serie de escondites donde se almacenaban armas» [32].
Las informaciones más importantes sobre el papel que el Reino Unido había desempeñado fueron proporcionadas por la investigación del parlamento suizo sobre el ejército secreto stay-behind helvético, conocido como P26. «Los servicios secretos británicos colaboraron estrechamente con una organización clandestina armada, P26, en el marco de una serie de acuerdos secretos que vinculaban a una red europea de grupos de “resistencia”», reveló un diario a una población suiza estupefacta y convencida de la neutralidad de su país.
El juez Cornu, encargado de investigar el escándalo, describió en su informe «la colaboración entre el grupo [P26] y los servicios secretos británicos como “intensa”, ya que estos últimos aportaron su preciada experiencia. Según el informe, los cuadros del P26 participaron en ejercicios regulares en el Reino Unido. Los consejeros británicos, posiblemente del SAS, visitaron campos secretos de entrenamiento en Suiza.» Ironía del destino, los británicos sabían sobre el ejército secreto suizo mucho más que los propios suizos ya que «las actividades del P26, sus códigos, y el nombre del jefe del grupo, Efrem Cattelan, eran de conocimiento de los servicios ingleses mientras que el gobierno helvético era mantenido en la ignorancia, precisa el informe. Afirma [además] que los documentos relacionados con los acuerdos secretos adoptados entre los británicos y el P26 nunca han sido encontrados.» [33]
Durante los años 1960, 1970 y 1980, los miembros suizos del Gladio se entrenaron en el Reino Unido con los instructores de las Fuerzas Especiales británicas. Según Alois Hurlimann, instructor militar y posiblemente ex miembro del Gladio suizo, el entrenamiento incluía operaciones no simuladas contra activistas del IRA, probablemente en Irlanda del Norte. Hurlimann dejó escapar esas revelaciones durante una conversación en el marco de un curso de inglés.
En un inglés aproximativo, Hurlimann explicó que, en mayo de 1984, él mismo había participado en ejercicios secretos en Inglaterra, que incluían la toma por asalto de un depósito de municiones del IRA. Hurlimann agregó que había participado personalmente en aquella misión, portando un traje de camuflaje, y que había comprobado la muerte de por lo menos uno de los miembros del IRA [34].
Resulta interesante saber que la investigación del juez Cornu permitió descubrir, en 1991, la existencia, en algún lugar de Inglaterra, del centro de mando y de comunicaciones del Gladio, equipado con el sistema Harpoon, extremadamente característico. En 1984, un «Acuerdo de Cooperación», que se completó 3 años después con un «Memorando sobre la Asistencia Técnica», mencionaba de forma explícita «centros de entrenamiento en Gran Bretaña, la instalación de un centro suizo de transmisión en Inglaterra y, la cooperación de los dos servicios sobre las cuestiones técnicas». Desgraciadamente, como señala el juez Cornu, «no logramos encontrar ni el “Acuerdo de Cooperación” ni el “Memorando sobre la Asistencia Técnica”».
La persona responsable en el seno de la UNA, los servicios secretos militares suizos, declaró que había tenido que «transmitírselos a los servicios secretos británicos en diciembre de 1989 por razones desconocidas, sin conservar la copia» [35] «Los cuadros de la organización suiza consideraban a los británicos como los mejores especialistas en la materia», precisa el informe del gobierno de Berna [36].
Después del descubrimiento de los ejércitos secretos, a finales de 1990, un ex responsable de la inteligencia de la OTAN que se mantuvo en el anonimato afirmó que «había una división del trabajo entre el Reino Unido y Estados Unidos, los primeros se encargaban de las operaciones en Francia, Bélgica, Holanda, Portugal y Noruega mientras que los americanos se ocupaban de Suecia, Finlandia y del resto de Europa» [37]. Esta separación de tareas no estuvo exenta de dificultades en todos los países, como lo demuestra el ejemplo italiano. El 8 de noviembre de 1951, el general Humberto Broccoli, uno de los primeros directores del SIFAR, los servicios secretos militares italianos, escribió al ministro de Defensa Efisio Marras sobre las cuestiones relacionadas con la red stay-behind y el entrenamiento de los miembros del Gladio.
Broccoli explicaba que los británicos habían creado estructuras similares en Holanda, en Bélgica y «posiblemente también en Dinamarca y en Noruega». El general estaba feliz de confirmar que Gran Bretaña «se propone beneficiarnos con su gran experiencia» mientras que los estadounidenses han «ofrecido contribuir activamente a nuestra organización proporcionando hombres, material (gratuito o prácticamente gratis) y quizás incluso hasta fondos». Broccoli subrayaba también lo juicioso que sería enviar 7 oficiales italianos cuidadosamente seleccionados a pasar un entrenamiento especial en Inglaterra entre noviembre de 1951 y febrero de 1952 ya que esos mismos oficiales podrían transmitir después su experiencia a los miembros del Gladio italiano. El jefe de los servicios secretos militares italianos Broccoli pedía al ministro de Defensa Marras «dar su aprobación a ese programa porque, aunque los británicos no lo saben, yo me puse de acuerdo con los servicios secretos americanos para que Italia participe» [38].
El entrenamiento Gladio que proporcionaban los británicos no era gratuito. Se trataba en realidad de un lucrativo comercio. Broccoli reconocía que «podemos esperar un costo total de unos 500 millones de liras que no pueden salir del presupuesto del SIFAR y que deberían ser incluidos en el de las Fuerzas Armadas» [39]. Como indicaba el general italiano, el MI6 había ofrecido entrenar a los oficiales del Gladio italiano a condición de que Italia comprara armamento en Gran Bretaña. Al mismo tiempo, sin embargo, la CIA, en algo que se parece mucho a un intento por extender su esfera de influencia, proponía proveer gratuitamente las armas destinadas al Gladio.
A fin de cuentas los italianos decidieron… no decidir. Enviaron sus oficiales a recibir la prestigiosa instrucción de los centros de entrenamiento británicos y concluyeron simultáneamente con Estados Unidos un acuerdo secreto que les garantizaba un aprovisionamiento gratuito en armas, lo cual no fue del agrado de los británicos. Cuando el general Ettore Musco, quien fue el sucesor de Broccoli a la cabeza del SIFAR, viajó a Inglaterra para visitar Fort Monckton, el recibimiento fue particularmente frío: «En 1953, los británicos, furiosos por haberse dejado engañar, le reprocharon al general Musco que “su servicio se haya entregado en cuerpo y alma a los americanos”» [40].
Italia no fue el único terreno de aquella lucha entre la CIA y el MI6 por extender sus respectivas esferas de influencia. A finales de 1990, después de enterarse de la existencia de la red secreta, el ministro de Defensa de Bélgica Guy Coeme explicó que «las relaciones entre los servicios de inteligencia británico y belga se remontaban a los contactos establecidos por el señor Spaak y el jefe de los servicios de inteligencia del Reino Unido [Menzies] y a un arreglo pactado entre Estados Unidos, Gran Bretaña y Bélgica» [41].
Aquel “menage à trois” tenía también sus inconvenientes ya que el MI6 y la CIA querían garantizar –cada uno por su cuenta– que Bélgica no privilegiara a uno de ellos en detrimento del otro. El jefe del MI6 Steward Menzies escribió entonces al primer ministro belga de aquella época, Paul Henri Spaak, una carta fechada el 27 de enero de 1949: «He tenido el placer de poder entrevistarme con usted personalmente sobre ciertos temas que atañen a nuestros respectivos países, que considero primordiales y que me han preocupado particularmente en los últimos tiempos».
Después de esto, Menzies insistía en la necesidad de intensificar la colaboración «sobre la cuestión del Kominforn y de posibles actividades hostiles» y de comenzar «a concebir organizaciones de inteligencia y de acción útiles en caso de guerra». Más exactamente, «ciertos oficiales deberían viajar al Reino Unido en los próximos meses para estudiar, en colaboración con mis servicios, los aspectos concretos de esas cuestiones». Muy inquieto ante la idea de que Spaak pudiese preferir tratar con la CIA antes que con el MI6, Menzies subrayó que él mismo había «considerado siempre la participación de los estadounidenses en la defensa de Europa occidental como algo capital» pero que seguía convencido de que «los esfuerzos de todos, incluyendo los de los americanos, deben inscribirse en un conjunto coherente.
Por consiguiente, si Estados Unidos tuviese que realizar, conjuntamente con [los servicios belgas], preparativos con vistas a enfrentar una guerra, [a él le parecía] esencial que esas actividades se coordinen con las [suyas]» y que sabía que podía contar con la comprensión del primer ministro belga.
Menzies se refería después al CCWU, el Comité Clandestino de la Unión Occidental, un órgano creado en 1948 que dirigió las operaciones de guerra no convencional hasta que se firmó, en 1949, el Tratado del Atlántico y que la OTAN se hizo cargo de la coordinación de la red Gladio. «Ese tipo de cooperación», insistía el británico Menzies en su carta al primer ministro belga Spaak, «permitirá ante todo evitar complicaciones con los jefes del Estado mayor de la Unión Occidental.
Ya indiqué al jefe de los servicios americanos que estoy dispuesto a elaborar planes para establecer el marco de una profunda cooperación con él sobre esa base, por eso sugiero que todos los proyectos formulados por ellos sean sometidos a Washington antes de ser discutidos en Londres por los servicios americanos y británicos.» Menzies señalaba también que el Gladio belga tenía que equiparse y precisaba que: «Los pedidos en materia de entrenamiento y equipamiento tendrán que ser formulados en breve.
Ya ordené la construcción de ciertas instalaciones destinadas al entrenamiento de los oficiales y de personas recomendadas por la dirección de los servicios secretos de ustedes y tendré la posibilidad de conseguir para ustedes el equipamiento actualmente en proceso de fabricación (como los walkie-talkie) que se necesitará en las operaciones clandestinas en un futuro próximo.» Según el jefe del MI6, una parte de aquel material podía ser entregada gratuitamente al Gladio belga mientras que otra parte tendría que ser comprada: «Ese equipamiento especializado podrá ser cedido o alquilado pero, en lo que se refiere al equipamiento más tradicional (como armas ligeras u otro material militar), yo sugiero que las tarifas sean objeto de negociaciones amistosas entre los servicios belgas y británicos».
Aunque estaba de más decir que la creación del Gladio belga tenía que desarrollarse en el más absoluto secreto, al final de su carta Menzies precisaba de todas formas: «Sé que es inútil recordarle a usted que este correo tiene mantenerse altamente confidencial y no debe ser divulgado a terceros sin nuestros respectivos consentimientos previos» [42].
Alrededor de dos semanas después, Spaak respondió a Menzies con otra carta en la que se felicitaba por recibir la ayuda de los británicos, aunque indicaba que los estadounidenses también se habían acercado a las autoridades belgas sobre el mismo tema y que a él le parecía que era preferible que Washington y Londres arreglaran primero la cuestión entre sí. «Estoy enteramente de acuerdo», escribía el primer ministro belga, «en que una colaboración entre los tres servicios (británicos, americanos y belgas) sería extremadamente provechosa.» Consciente de la rivalidad existente entre la CIA y el MI6, Spaak agregaba: «Si uno de los dos servicios, el americano o el belga, rechazara esta colaboración, los servicios belgas se verían en una situación extremadamente delicada y difícil. Por eso me parece que se impone la necesidad de negociaciones al más alto nivel entre Londres y Washington para zanjar esta cuestión» [43].
En Noruega, el jefe de los servicios secretos, Vilhelm Evang, fue simultáneamente el artífice de la fundación de la red stay-behind y de la creación de la primera agencia de inteligencia de ese país, el Norwegian Intelligence Service (NIS). Este graduado de ciencias originario de Oslo se había unido al pequeño núcleo encargado de la inteligencia en el seno del gobierno noruego exilado en Londres en 1942. Al regresar a su país, Evang, que había establecido excelentes relaciones con los británicos, fundó el NIS en 1946 y lo dirigió durante 20 años. Sus escritos nos informan que en febrero de 1947 Evang se reunió con un oficial del MI6 británico cuyo nombre se ignora pero que estaba «bien relacionado con las altas esferas del ejército y la Defensa.
Las inquietudes de los ingleses los han llevado a interesarse de cerca por las estrategias de defensa en los países bajo ocupación enemiga. Parece que Holanda, Francia y Bélgica han emprendido procesos de instalación de estructuras necesarias para un ejército clandestino.» [44]
En la Suecia vecina, y supuestamente neutral, los británicos desempeñaron, con ayuda de la CIA, un papel preponderante en la formación de los dirigentes del Gladio local. Así lo reveló Reinhold Geijer, un ex militar de carrera sueco reclutado en 1957 por la red Gladio local, quien dirigió una de sus divisiones regionales durante varias décadas. En 1996, Geijer, ya cerca de los 80 años, contó ante las cámaras del canal sueco TV 4 cómo los británicos lo habían entrenado en Inglaterra con vistas a la realización de acciones clandestinas. «En 1959, después de una escala en Londres, me fui directamente a una granja en el campo cerca de Eaton.
Mi viaje se desarrollaba dentro de la más absoluta confidencialidad, yo utilizaba por ejemplo un pasaporte falso. Ni siquiera estaba autorizado a llamar por teléfono a mi esposa», testimoniaba Geijer. «El objetivo de aquel entrenamiento era aprender a utilizar técnicas de buzones seguros para recibir y enviar mensajes secretos, y otros ejercicios al estilo de James Bond. Los británicos eran particularmente exigentes. A mi me parecía que aquello era exagerado.» [45]
A finales de 1990, mientras seguían apareciendo ejércitos secretos por toda Europa occidental y los proyectores estaban enfocados hacia Inglaterra y el papel que ese país había desempeñado por debajo de la mesa, el gobierno de John Major se negaba obstinadamente a hablar del asunto. «Nosotros no hablamos de cuestiones vinculadas a la Seguridad nacional», respondían incansablemente los voceros ante las preguntas de los periodistas británicos [46]. El Parlamento británico no vio la necesidad de abrir un debate público o una investigación oficial sobre el tema, actitud que –en el verano de 1992– inspiró al periodista Hugh O’Shaughnessy la siguiente crítica: «El silencio de Whitehall y la ausencia casi total de curiosidad por parte de los parlamentarios sobre un escándalo en el que Gran Bretaña está tan profundamente implicada resultan extraordinarios.» [47]
La BBC se encargó de concluir que: «El papel desempeñado desde Gran Bretaña en la creación de los ejércitos stay-behind a través de Europa [fue] fundamental». En su edición nocturna del 4 de abril de 1991, la BBC puso énfasis en el aspecto criminal de los ejércitos secretos y señaló: «Cayó la máscara y cubría numerosos horrores».
La BBC descubrió que, paralelamente a su función stay-behind, los ejércitos secretos habían desempeñado también una labor de manipulación política: «Al igual que la antigua espada, la historia del Gladio moderno es de doble filo.» El documental de la BBC planteaba toda una serie de interrogantes: «¿Era el Gladio, con sus reservas secretas de armas y de explosivos utilizados por sus inspiradores, [un instrumento] de subversión interna contra la izquierda? ¿Fueron los agentes del Gladio culpables de atentados terroristas?» Y ¿cuál fue exactamente el papel de Gran Bretaña? El parlamentario italiano Sergio de Julio declaraba ante las cámaras: «Nosotros tenemos pruebas que demuestran que, a partir de la creación del Gladio, hubo oficiales que fueron enviados a Inglaterra para entrenarse. Ellos estaban encargados de conformar los primeros núcleos de la organización Gladio. Esa es la prueba de una, digamos, cooperación entre el Reino Unido e Italia.» [48]
El periodista de la BBC Peter Marshall interrogaba después al general italiano Gerardo Serravalle, quien había dirigido el Gladio italiano entre 1971 y 1974, sobre el papel que habían desempeñado los británicos. Serravalle confirmó la existencia de una estrecha colaboración: «Yo invité [a los británicos] porque a nosotros nos habían invitado a visitar sus bases en Inglaterra –las infraestructuras stay-behind– así que yo les devolví la cortesía». Marshall le preguntó entonces: «¿Dónde se encuentra el centro de la red británica?». A lo que el general italiano respondió: «Lo siento pero no se lo diré porque eso constituye un secreto militar de su país». El periodista británico hizo después una pregunta para la que podía razonablemente esperar una respuesta de parte del general italiano: «Pero, ¿se sentía usted impresionado por los británicos?». A lo que Serravalle respondió afirmativamente: «Sí, lo estábamos porque es [sic] muy eficaz, extremadamente bien organizado y había excelentes elementos.» [49]
Un año después la BBC se interesó nuevamente por el caso Gladio al transmitir una excelente serie de 3 documentales de Allan Francovich dedicados a ese tema. No se trataba del primer trabajo de ese realizador, quien ya en 1980 había ganado el premio de la crítica internacional en el Festival de Berlín con su film On Company Business, donde revelaba el lado oscuro de la CIA. Después de su investigación sobre Gladio, Francovich rodó The Maltese Double Cross donde demostraba la existencia de puntos de contacto entre el desastre del vuelo 103 de la PanAm cerca de Lockerbie, en 1988, y la destrucción por error, aquel mismo año, de un avión de Iran Air por parte del navío estadounidense USS Vincennes. «Son muy pocos los que luchan incansablemente por la verdad, aunque ello implique ponerse en peligro ellos mismos, como hizo Francovich», recordó Tam Dayell después de la muerte de su amigo, como resultado de una crisis cardiaca sufrida en oscuras circunstancias, en la zona de espera del aeropuerto de Houston, el 17 de abril de 1997 [50].
- Sir John Sawers dirigió la guerra secreta en Kosovo, Afganistán e Irak. Director del MI6 desde 2009, Sawers dirige las operaciones stay-behind en Europa.
Basados principalmente en entrevistas, los documentales que rodó Francovich para la BBC se dedicaban casi exclusivamente a las redes Gladio de Bélgica e Italia. Incluían testimonios de participantes tan importantes como Licio Gelli, jefe de la Logia P2; el activista de extrema derecha Vincenzo Vinciguerra; el juez veneciano y «descubridor» del Gladio Felice Casson; el general Gerardo Serravalle, comandante del Gladio italiano; el senador Roger Lallemand, quien presidió la comisión investigadora del parlamento belga; Decimo Garau, ex instructor de la base del Gladio en Cerdeña; el ex director de la CIA William Colby y Martial Lekeu, un ex miembro de la Gendarmería belga, por sólo citar unos cuantos [51].
«Todo el asunto del stay-behind no tenía, a mi modo de ver, otro objetivo que garantizar, en caso de que sucediese lo peor, si un partido comunista llegaba al poder, que hubiese agentes para avisarnos, para seguir de cerca los hechos e informarnos», explicaba Ray Cline, director adjunto de la CIA desde 1962 hasta 1966, ante la cámara de Francovich. «Es probable que grupúsculos de extrema derecha hayan sido reclutados e integrados a la red stay-behind con el fin de poder prevenirnos si se preparaba una guerra. Desde esa óptica, la utilización de extremistas de derecha, con fines de inteligencia y no políticos, me parece que no plantea ningún problema», proseguía Cline [52].
Al día siguiente, la prensa inglesa publicaba lo siguiente: «Era de esos escándalos de los que uno piensa que pueden derribar un gobierno, pero como la amnesia de los telespectadores es lo que es, no queda más que un cintillo en los periódicos al día siguiente» [53].
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