Después de la derrota de Alemania e Italia, el presidente estadounidense Harry Truman ordenó a la US Air Force el lanzamiento de dos bombas atómicas sobre las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki, antes de aceptar la capitulación de Japón. Terminaba así la Segunda Guerra Mundial. Mientras que Europa occidental se hallaba en ruinas, la economía de Estados Unidos se encontraba en pleno auge. Pero, a pesar de todo su poderío económico y militar, la Casa Blanca temía que se produjera una expansión del comunismo a través del mundo, considerándolo irresistible.
Después de los repetidos e infructuosos intentos de invasión de la URSS que los británicos y los estadounidenses habían realizado entre 1918 y 1920, la posterior alianza militar con el Ejército Rojo se concretó porque representaba la única posibilidad de derrotar a Hitler y a Mussolini y de liberar Europa. Inmediatamente después del armisticio, los antiguos compañeros de armas se convirtieron nuevamente en adversarios y las hostilidades entre ellos se reiniciaron con nuevo ímpetu, marcando el comienzo de la guerra fría.
Mientras Estados Unidos garantizaba el control del oeste de Europa y combatía a la izquierda en Grecia, la URSS de Stalin se hacía del control de las fronteras que habían servido de punto de partida a las invasiones orquestadas contra los territorios soviéticos en las dos guerras mundiales. Truman veía con recelo la instauración de regímenes comunistas sometidos a Moscú en Polonia, Alemania oriental, Hungría, Rumania y Checoslovaquia. En aplicación de una doctrina de soberanía limitada, Stalin puso los Estados del este de Europa bajo el control de oligarcas locales, del brutal Ejército Rojo y del KGB, los servicios secretos soviéticos. Siguiendo ese mismo razonamiento, Truman estaba convencido de que era necesario combatir el comunismo en secreto para debilitarlo, incluso en el seno de las democracias soberanas de Europa occidental.
La CIA también trató de crear un ejército secreto en China para contrarrestar el avance del comunismo, pero fracasó cuando Mao Zedong, a la cabeza del Partido Comunista Chino, tomó el poder en 1949. El ex director de la CIA William Colby recuerda: «Yo siempre me pregunté si la red stay-behind que habíamos construido hubiese podido funcionar bajo un régimen soviético. Sabemos que los intentos de crear urgentemente ese tipo de organizaciones fracasaron en China, en 1950, y en Vietnam del norte, en 1954.»
Después del estallido de la guerra de Corea en 1950 a lo largo de la frágil frontera que separa el sur bajo control estadounidense del norte comunista, el ejército de los Estados Unidos trató de reducir la influencia del comunismo en Corea del norte, pero sus esfuerzos resultaron infructuosos. La CIA trató también de tomar el control de varios países de Europa oriental a través de operaciones clandestinas y de ejércitos secretos, pero tampoco tuvo éxito. Colby recuerda los esfuerzos de la CIA por crear ejércitos anticomunistas: «Sabemos que los intentos por dirigirlos desde el extranjero fueron descubiertos y desbaratados por la policía secreta en Polonia y en Albania, durante los años 1950.» [1]
En los países del llamado Tercer Mundo, en África, en América Latina y en ciertas regiones de Asia, los pueblos adoptaron variantes del comunismo y del socialismo que les parecían capaces de aportar un mejor reparto de la riqueza así como la independencia ante el Occidente capitalista e industrializado. En Irán, Mossadeg adoptó un programa socialista y trató de distribuir entre la población parte de los ingresos provenientes del petróleo.
Después de la India liberada del dominio británico, África también emprendió una lucha anticolonial de izquierda que culminó en 1960, cuando Camerún, Togo, Madagascar, Somalia, Níger, Chad, el Congo, Gabón, Senegal, Malí, Costa de Marfil, Mauritania, y la República Centroafricana se declararon independientes. En el sudeste asiático, como consecuencia de la retirada de las fuerzas japonesas de ocupación, Filipinas y Vietnam vieron surgir poderosos movimientos anticolonialistas comunistas y de izquierda que, en el caso de Vietnam, dieron lugar a la guerra de Indochina y, posteriormente, a una segunda guerra contra la presencia militar estadounidense, que no terminaría hasta 1975, con la victoria de los comunistas.
En las mentes de los estrategas de la Casa Blanca, la guerra no terminó en 1945 [2] sino que evolucionó hacia una forma silenciosa y secreta de conflicto en la que los servicios secretos se convirtieron en los instrumentos privilegiados del ejercicio del poder. A finales de 1944, el presidente estadounidense Roosevelt siguió la sugerencia de William Donovan, quien había dirigido la Office of Strategic Services (OSS) durante la guerra, y trató de crear un nuevo servicio encargado de realizar en el extranjero –y en tiempo de paz– operaciones especiales dirigidas contra los comunistas y contra otros también designados como enemigos de los Estados Unidos. Pero ese plan no fue del agrado de J. Edgar Hoover, director del FBI, quien temía que sus propios servicios perdieran así su influencia. Hoover transmitió entonces a un periodista del Chicago Tribune varias copias del memorando de Donovan [3] y de la orden de Roosevelt.
El 9 de febrero de 1945, el Chicago Tribune publicaba el siguiente titular: «Nueva distribución de papeles en el espionaje – nos vigilarán espías – en estudio una superGestapo». Reportaba el diario que: «En las altas esferas donde circulan el memorando y el proyecto de orden, esa unidad, cuya creación está en estudio, tiene el sobrenombre de “la Gestapo de Frankfurter”», en referencia al juez de la Corte Suprema Frankfurter y a la terrible policía secreta alemana. El artículo revelaba además que el nuevo servicio secreto estaba destinado a librar una guerra clandestina y que «llevaría a cabo (…) operaciones de subversión en el extranjero (…) y tendría a su disposición todo el personal aeronaval y de las fuerzas terrestres que pueda necesitar en su misión». [4]
Como el recuerdo de la Gestapo estaba fresco aún, los ciudadanos estadounidenses se indignaron y el escándalo que estalló dio al traste con la proposición de Donovan, para gran satisfacción del director del FBI Hoover. Sin embargo, continuaron las discusiones en los círculos del poder alrededor de la fundación de un nuevo servicio, sólo que en lo adelante esto se haría en el mayor secreto. Después del fallecimiento de Roosevelt, Harry Truman emitió una directiva que ordenaba la creación de un nuevo servicio secreto activo en tiempos de paz, el Central Intelligence Group (CIG). En el marco de una velada más bien excéntrica que se organizó expresamente para la ocasión en la Casa Blanca, Truman entregó a cada invitado un impermeable negro, un sombrero negro, un bigote postizo y una daga de madera y anunció que el primer director del CIG, el almirante Sidney Souers, se convertiría en «director del espionaje centralizado». [5]
El CIG no era más que una agencia títere provisional y Truman comprendió rápidamente que había que reforzar los medios de acción no oficiales de la Casa Blanca. Fue así que se promulgó, en julio de 1947, la National Security Act, que concretaba la creación de la «Central Intelligence Agency» (CIA) y del «National Security Council» (NSC).
Esta vez no se publicó en la prensa ni una palabra sobre la «Gestapo americana». El «National Security Council», del que formaban parte el propio presidente de los Estados Unidos, el vicepresidente, el secretario de Estado, el secretario de Defensa, el director de la CIA, el consejero para la Seguridad Nacional, el presidente del Estado Mayor conjunto, otras personalidades de primera importancia y varios consejeros especiales, se convirtió realmente en el grupo más influyente de Washington» [6].
Como tantas veces ha sucedido en el transcurso de la historia, esa concentración del poder en manos de la Casa Blanca y del NSC desembocó en abusos. Todavía hoy, en el siglo 21, el NSC sigue siendo «una institución particular, conocida por haber actuado a menudo, en el pasado, en el límite de la legalidad». [7] y [8]
La principal vocación de la National Security Act era proporcione un marco «legal» a las operaciones secretas de Estados Unidos y a las guerras secretas que ese país libraba contra otros países poniendo en manos de la CIA la tarea de «asumir las funciones y las misiones de inteligencia relativas a la Seguridad Nacional que el NSC puede verse obligado a ordenarle en un momento dado» [9].
Sin ironía deliberada, esa frase es la copia palabra por palabra de lo que Hover había revelado en 1945. A la vez que garantizaba una sólida base legal para las operaciones secretas emprendidas por Estados Unidos, esta formulación tan nebulosa permitía soslayar la abierta violación de numerosas leyes, como la Constitución de 1787, y de numerosos tratados internacionales. El director adjunto de la CIA Ray Cline calificó con toda razón esa disposición de «cláusula cúbrelo-todo elástica» [10]. Clark Clifford declaró posteriormente: «Nosotros no las habíamos mencionado [las operaciones especiales] explícitamente porque sentíamos que podía ser perjudicial para los intereses de la nación el confesar públicamente que podíamos emprender ese tipo de actos» [11].
Italia fue el primer país en convertirse en blanco del nuevo instrumento de la Casa Blanca. En el primer documento registrado como proveniente del NSC, el NSC 1/1 con fecha del 14 de noviembre de 1947, se puede leer el siguiente análisis: «El gobierno italiano, ideológicamente apegado a la democracia occidental, es débil y es blanco de los continuos ataques de un poderoso partido comunista» [12]. Es por eso que, durante una de sus primeras reuniones, el joven NSC adoptó –el 19 de diciembre de 1947– la Directive NSC 4-A que ordenaba al director de la CIA Hillenkoetter emprender una larga serie de acciones clandestinas destinadas a eliminar el peligro de que los comunistas ganaran las inminentes elecciones italianas [13].
La Directive NSC 4-A estaba clasificada como top secret debido al carácter especialmente sensible de las intervenciones clandestinas de los estadounidenses en Europa occidental. Sólo existían 3 copias de ese documento y una de ellas estaba «celosamente guardada [por Hillenkoetter] en la propia oficina del director, donde los miembros que “no tenían necesidad de saber” no podían encontrarla». George F. Kennan, del departamento de Estado, tenía otro ejemplar en su poder [14]. La «razón de tanto secreto era evidente», según los archivos oficiales de la CIA, ya que «algunos ciudadanos de este país se hubieran horrorizado al conocer el contenido de la NSC 4-A» [15].
Las operaciones tendientes a debilitar a los comunistas italianos fueron un éxito. El presidente Truman se convirtió en gran partidario de las misiones secretas y pidió que el campo de acción de la CIA se extendiera a otros países, más allá de Italia. Fue así como el NSC votó –el 18 de junio de 1948– la célebre directiva NSC 10/2 [16], autorizando la CIA a efectuar misiones clandestinas en todos los países del mundo e instaurando en el seno de la agencia un servicio de operaciones secretas designado como «Office of Special Projects», nombre que fue rápidamente reemplazado por otro menos descriptivo: «Office of Policy Coordination» u OPC, o sea Oficina de Coordinación Política. La directiva NSC 10/2 ponía en manos de la OPC «la planificación y ejecución de las operaciones especiales».
El texto designaba como «operaciones especiales» todas las actividades «realizadas y financiadas por este gobierno en contra de los Estados o grupos extranjeros hostiles o como apoyo a Estados o grupos extranjeros amigos, pero concebidas y ejecutadas de forma tal que la implicación del gobierno americano no sea visible para personas no autorizadas y que éste [gobierno] pueda desmentir toda responsabilidad de ser necesario». La directiva NSC 10/2 preveía que las operaciones secretas «incluyen toda actividad vinculada a la propaganda, a la guerra económica, a la acción preventiva directa (medidas de sabotaje, de antisabotaje, de demolición y de evacuación), a la subversión contra regímenes hostiles (mediante el apoyo a los movimientos de resistencia clandestinos, a la guerrilla y a los grupos de liberación de refugiados) y la asistencia a los elementos anticomunistas en los países amenazados del mundo libre».
Las disposiciones del texto NSC 10/2 incluían la creación de los ejércitos anticomunistas secretos de la red Gladio en Europa occidental, pero excluían todo los actos de guerra convencional y las misiones de inteligencia: «No conciernen a los conflictos armados en los que se enfrenten fuerzas militares regulares, el espionaje, el contraespionaje y la utilización de la clandestinidad o del disimulo en el marco de operaciones militares» [17]. En definitiva, aquella directiva NSC 10/2 contradecía todos los valores y principios que el propio presidente de los Estados Unidos predicaba en marzo de 1947, cuando expuso su famosa «Doctrina Truman».
Después de la Segunda Guerra Mundial, 5 años habían bastado a Estados Unidos para instaurar un poderoso aparato de inteligencia que operaba tanto dentro como fuera de las fronteras de su propio país y al margen de todo control democrático. «Cuando creé la CIA, no pensé ni por un instante que se especializaría algún día en los golpes bajos en tiempo de paz», declaró un debilitado Truman, luego de dejar sus funciones [18].
En 1964, o sea 8 años antes de su muerte, el ex presidente negó una vez más haber querido hacer de la CIA «una agencia internacional implicada en acciones sucias». Pero el aparato estadounidense de inteligencia había escapado a su control. El historiador británico Christopher Andrew resume el sentir del ex presidente de la siguiente manera: «Durante los 20 años posteriores a su salida de la Casa Blanca, Truman pareció a veces sorprendido, incluso horrorizado, ante el peso y la influencia que había adquirido el sector de inteligencia que él mismo había creado» [19].
Otro fanático de las operaciones secretas y feroz adversario del comunismo, George Kennan, miembro del departamento de Estado bajo la administración Truman, fue también un ardiente partidario de la directiva NSC 10/2 y de la intervención de la CIA en Italia y en otros países. Sin embargo, al igual que Truman, Kennan estaba conciente de los riesgos a los que se exponía Estados Unidos. «Después de todo, lo peor que podría sucedernos en esta lucha contra el comunismo es convertirnos en lo mismo que aquellos a quienes estamos combatiendo», señaló Kennan en un telegrama que se haría célebre [20], refiriéndose así al gobierno secreto, a las estructuras totalitarias y a la manipulación de gobiernos extranjeros, prácticas características de la Unión Soviética.
Treinta años más tarde, Kennan, ya al final de su vida, reconoció que: «No todo sucedió exactamente como yo lo había imaginado» [21] Para garantizar la posibilidad de un desmentido plausible, la mayoría de las decisiones, declaraciones y transcripciones de las reuniones del NSC se clasificó como confidencial. Pero, como consecuencia del escándalo del Watergate, varios miembros del Congreso estadounidense recibieron un mandato para investigar a la CIA y al NSC y descubrieron que «las elecciones nacionales de 1948 en Europa occidental habían sido la razón fundamental de la creación de la OPC».
Fue por lo tanto la amenaza comunista que planeaba sobre Europa occidental lo que determinó el comienzo de las operaciones especiales de la CIA, después de la Segunda Guerra Mundial. «Al financiar a los partidos del centro y desarrollar estrategias mediáticas, la OPC trató de influir sobre el resultado de las elecciones, con considerable éxito», indica el informe final que los senadores presentaron en 1976. «Esas actividades constituían la base de la injerencia clandestina en la político interna que constituyó una práctico durante 20 años.
En 1952, no menos de 40 proyectos de acción en marcha habían sido contabilizados en un solo país de Europa central.» Por orden expresa del Pentágono, las misiones de la OPC incluían también la constitución de la red de ejércitos secretos Gladio en Europa occidental: «Hasta 1950, las actividades paramilitares de la OPC (también llamadas «acciones preventivas») se limitaban a la concepción y preparación de las redes stay-behind con vistas a una futura guerra. A pedido del Joint Chiefs of Staff (el Consejo del Estado Mayor Interarmas), esas operaciones preparadas por la OPC se concentraban, una vez más, en Europa occidental y tenían como objetivo apoyar a las fuerzas de la OTAN contra una ofensiva de los soviéticos.» [22]
Para garantizar la dirección de la OPC, George Kennan seleccionó a Frank Wisner [23], un abogado de negocios originario de Mississippi que ya había comandado destacamentos de la OSS en Estambul y en Bucarest durante la Segunda Guerra Mundial. Al igual que Wisner, la mayoría de los oficiales de la OPC eran «blancos provenientes de viejas familias ricas de la alta sociedad anglosajona (…) que habían heredado la actitud del establishment británico con respecto a las personas de color». [24]. Wisner velaba escrupulosamente por la confidencialidad de la directiva NSC 10/2. «Cada vez que un miembro de la OPC quería consultar el documento, se le obligaba a firmar un registro especial.
Después se le entregaba uno de los 3 ejemplares que Wisner guardaba en una caja fuerte de su oficina.» [25] Los miembros del nuevo servicio de operaciones especiales OPC trabajaban con espíritu de agresividad, de entusiasmo, de secreto y con cierta ausencia de moralidad. El 6 de agosto de 1948, en una de sus primeras reuniones en presencia de Hillenkoetter y Kennan, Wisner insistió en poder explotar al máximo las posibilidades que ofrecía la directiva NSC 10/2 y pidió «carta blanca» para escoger él mismo sus «métodos de acción». Wisner quería desarrollar operaciones secretas a su manera, sin tener que atenerse a ningún código ni a ningún «método existente» y recibió el aval de Hillenkoetter y Kennan [26].
En su condición de director de la OPC, Wisner se convirtió en el arquitecto en jefe de la red de ejércitos secretos en Europa occidental. «Frank Wisner, de la OPC, había encargado a su adjunto Frank Lindsay de la coordinación de la red stay-behind en Europa», reveló la prensa belga después del descubrimiento de la existencia de los ejércitos Gladio. Al igual que su jefe, Lindsay se había formado en el seno de la OSS durante la Segunda Guerra Mundial y había tenido la oportunidad de observar de cerca, en Yugoslavia, las tácticas comunistas. Según afirman también los periodistas belgas, Lindsay «envió a William Colby (quien más tarde dirigiría la CIA entre 1973 y 1976) a Escandinavia y a Thomas Karamessines [lo envió] a Grecia, donde éste último podía contar con el apoyo del KYP, los servicios secretos griegos» [27].
A medida que Estados Unidos intensificaba sus operaciones especiales, la OPC seguía desarrollándose. Un año después de la nominación de Wisner a la cabeza de la OPC, esta última contaba con 300 empleados y 7 estaciones en el extranjero que trabajaban en numerosas misiones clandestinas de diversa índole. Tres años más tarde, en 1951, sus efectivos alcanzaban la cifra de 2 812 empleados, que trabajaban en territorio estadounidense, y 3 142 agentes vinculados a las 47 estaciones repartidas a través del mundo entero y su presupuesto anual había pasado de 4,8 millones a 82 millones de dólares [28]. Bedel Smith, sucesor de Hillenkoetter a la cabeza de la CIA, tuvo que reconocer en mayo de 1951 que «el campo de las operaciones secretas de la CIA ya sobrepasaba ampliamente el marco previsto en la directiva NSC 10/2» [29]. La expansión fue tan grande que incluso un halcón como «Smith se mostró preocupado por la importancia y el crecimiento exponencial del presupuesto de la OPC» [30].
Allen Dulles, quien se hizo cargo de la dirección de la CIA después de la salida de Smith, en 1953, estaba convencido de que las operaciones secretas eran un arma formidable para luchar contra el comunismo y defender los intereses estadounidenses en el extranjero. Allen Dulles supervisaba el trabajo del director de la OPC, Frank Wisner, y de su adjunto Frank Lindsay, quien, en lo tocante a los ejércitos secretos, colaboraba estrechamente con Gerry Miller, el jefe de la oficina de la CIA en Europa para la creación de las redes stay-behind. Entre los reclutados se encontraba William Colby, quien fue más tarde director de la CIA. Al igual que muchos soldados clandestinos, Colby había trabajado para la OSS durante la Segunda Guerra Mundial y había saltado en paracaídas sobre la Francia ocupada para prestar ayuda a la Resistencia.
Posteriormente había sido sacado de Francia clandestinamente para saltar nuevamente en paracaídas, esta vez sobre Noruega, poco antes del final de la guerra con la misión de volar convoyes. En abril de 1951, Miller recibió a Colby en su oficina. Los dos hombres se conocían bien ya que Miller había dirigido las operaciones de la OSS en Noruega. Ambos consideraron que la guerra nunca había terminado realmente. Miller destacó a Colby en la unidad de Lou Scherer, en la división escandinava de la oficina europea de la CIA: «OK Bill, sigue así.» Seguidamente, Miller dijo: «Lo que queremos es una buena red de inteligencia y de resistencia que sea digna de confianza, con la que podamos contar si los rusos empiezan a invadir la región. Aquí tenemos un plan de acción, pero todavía hay que ponerlo a prueba y aplicarlo en el terreno. Tu trabajarás con Lou Scherer hasta que se decidan las nuevas operaciones que habrá que llevar a cabo». [31]
Seguidamente, Colby recibió entrenamiento de la CIA con vista a la realización de su misión, que era la creación de una red Gladio en Escandinavia. «En la práctica, una de las principales tareas de la OPC consistía en prepararlo todo en previsión de una posible invasión soviética a Europa occidental, y partiendo de la hipótesis de que los rusos pudieran llegar a controlar parte o incluso todo el continente», explicó Miller. «La OPC quería disponer de redes de partisanos armados y organizados para oponerlos al ocupante», cuenta Colby en sus memorias. «Esta vez, decía Miller, el objetivo era crear esa capacidad de resistencia antes de que se produjera la ocupación, e incluso antes del comienzo de la invasión.
Estábamos decididos a organizarla y a equiparla sin demora cuando aún teníamos tiempo de hacerlo correctamente y con un mínimo de riesgos», escribió el ex agente que creía entonces que la operación estaba enteramente justificada. «En todos los países que podían sufrir una invasión soviética, la OPC había emprendido entonces un amplio programa de construcción de lo que se conoce en el medio de la inteligencia como “redes stay-behind”, o sea estructuras clandestinas de hombres entrenados y equipados para realizar actos de sabotaje y de espionaje cuando llegara el momento.» Para ello, Miller envió agentes de la CIA a cada uno de los países de Europa occidental y «confió [a Colby] la misión de organizar y montar ese tipo de red en Escandinavia» [32].
La intervención de Estados Unidos en Europa occidental se desarrolló «en el mayor secreto», precisa. «Recibí entonces la orden de no mencionar mi trabajo más que a un restringido círculo de personas de confianza, tanto en Washington y en el seno de la OTAN como en Escandinavia» [33].
En el seno de la OTAN, el centro de mando situado en el Pentágono, en Washington, estaba informado en detalle del desarrollo de los ejércitos secretos Gladio mientras que en Europa, el SACEUR, que siempre es un oficial estadounidense, supervisaba estrechamente la red así como los demás órganos de decisión: el CPC y el ACC. Un documento interno del Pentágono fechado en 1957 y que se mantuvo en secreto hasta 1978, revela la existencia de una Carta del CPC que define las funciones del Comité ante la OTAN, el SHAPE y los servicios secretos europeos. Desgraciadamente, el contenido mismo de la Carta no ha sido revelado. El documento en cuestión es un memorando dirigido al Consejo del Estado Mayor Interarmas el 3 de enero de 1957 por el general Leon Johnson, representante de Estados Unidos en el comité militar de la OTAN.
Johnson reacciona ante las quejas del SACEUR de aquel entonces, el general Lauris Norstad, sobre la falta de información durante la crisis de Suez, en 1956: «El SACEUR expresó la opinión que la inteligencia que las autoridades habían transmitido al SHAPE durante el reciente periodo de tensiones era insuficiente. Desea que toda redefinición de las reglas de comunicación de la inteligencia al SHAPE se encamine hacia una mejor transmisión de las informaciones confidenciales.»
Fue en ese contexto que el SACEUR Norstad trató de resolver la situación a través del CPC: «Además, el SACEUR señala en una nota a) que la nota b), la carta del CPC, no contiene ninguna disposición que prohíba considerar operaciones clandestinas en tiempo de paz. Recomienda específicamente que el CPC del SHAPE sea autorizado: a) a estudiar las necesidades inmediatas del SHAPE en materia de inteligencia; b) a considerar a través de qué medios los servicios secretos nacionales pueden ayudar a mejorar la transmisión de informaciones al SHAPE.» En contradicción con el SACEUR Norstad, el general Johnson pensaba que la carta del CPC prohibía que el CPC fuese utilizado con ese fin.
Johnson escribía en su memorando: «Aunque en la nota b) [la carta del CPC] no exista ninguna disposición que prohíba claramente a éste considerar actividades de inteligencia, yo pienso de todas maneras que se trataría de una extensión injustificada de sus atribuciones. Yo entiendo la nota b) de la manera siguiente: el CPC ha sido creado con el único fin de organizar en tiempo de paz los medios a través de los cuales el SACEUR pudiera cumplir su misión en caso de guerra. Me parece que revisar las modalidades de transmisión de la inteligencia, sea cual sea la fuente, al SHAPE debería ser asunto de las agencias de inteligencia regulares.» El general concluía entonces: «Yo recomiendo que no se apruebe la extensión del campo de actividades del CPC (…) Leon Johnson» [34].
Paralelamente, en el Pentágono, las Fuerzas Especiales estadounidenses también estaban directamente implicadas en aquella guerra secreta contra los comunistas de Europa occidental ya que estaban entrenando, junto a los SAS [británicos], a los miembros de las redes stay-behind. Luego del desmantelamiento de la OSS, después del final de la Segunda Guerra Mundial, las Fuerzas Especiales habían sido creadas nuevamente en Estados Unidos, en 1952, y las unidades, bajo el engañoso nombre de 10º Grupo de Fuerzas Especiales, comenzaron a entrenarse bajo el mando del coronel Aaron Bank [35]. El grupo había adoptado la organización de su predecesor, la OSS, de la que había heredado el encargo de realizar misiones de sabotaje, de reclutamiento, equipamiento y entrenamiento de guerrilleros con el objetivo de crear un potencial de resistencia en Europa oriental y occidental [36].
Como precisó el coronel Bank, el entrenamiento de las Fuerzas Especiales incluía «la organización de movimientos de resistencia y la coordinación de las redes que los componen» así como «las operaciones de guerrilla con sus diferentes aspectos organizativos, tácticos y logísticos pero también la demolición especializada, el uso de comunicaciones radiales codificadas, la supervivencia, la técnica Fairbaim de combate cuerpo a cuerpo y el tiro instintivo» [37].
El folleto de reclutamiento especificaba a los jóvenes voluntarios deseosos de ingresar a las Fuerzas Especiales estadounidenses que lo ideal era que los candidatos hablaran uno o más idiomas europeos. Las condiciones exigían: «tener por lo menos 21 años de edad, poseer como mínimo el grado de sargento, haber seguido o ser voluntario para seguir un entrenamiento de paracaidista, dominar los idiomas [europeos] y/o haber viajado a Europa; presentar una excelente hoja de servicio, etc. Todos los postulantes tenían que estar dispuestos a saltar en paracaídas y a operar tras las líneas enemigas en uniforme militar o con ropa de civil.» [38]
Fue en pleno corazón de la Alemania derrotada que se desplegaron por primera vez las Fuerzas Especiales estadounidenses de nueva creación. En noviembre de 1953, el 10º Grupo instaló su primera base en el extranjero en un antiguo edificio de la Waffen SS construido bajo el III Reich, en 1937: la Flint Kaserne, en Bad Tolz, Baviera. Posteriormente, se creó en Panamá un cuartel general que servía de base de operaciones a las Fuerzas Especiales y se abrió otro más en Okinawa, destinado a las intervenciones en el sudeste asiático. Cuando estalló el escándalo del Gladio, en 1990, se descubrió que algunos miembros de sus ejércitos secretos habían seguido un entrenamiento especial con los Boinas Verdes, posiblemente en Fort Bragg, Estados Unidos [39].
El comandante del Gladio en Italia, el general Serravalle, relató que en 1972 los miembros italianos del Gladio habían viajado a Bad Tolz, por invitación de los Boinas Verdes [40]. «Yo visité el 10º Grupo de las Fuerzas Especiales en Bad Tolz, en las antiguas barracas de los SS, por lo menos en dos ocasiones. Estaban bajo las órdenes del coronel Ludwig Fastenhammer, que ya era un verdadero Rambo antes de que apareciera ese personaje», recordó el general Serravalle. «Durante los encuentros de planificación de las misiones que ya mencioné anteriormente (contrainsurgencia, asistencia a los grupos locales de resistencia, etc.) pregunté varias veces si existía un plan de acción combinado entre su grupo y las diferentes unidades stay-behind, y especialmente el Gladio.»
Serravalle dijo con una sonrisa: «No hay que ser muy inteligente para darse cuenta de que si una unidad X está encargada de apoyar, en tiempo de guerra, en un territorio Y, a un movimiento de resistencia dirigido por una unidad secreta Z, tiene que existir entre X y Z, incluso en tiempo de paz, algún tipo de cooperación, aunque sea en estado embrionario». Por lo tanto, era lógico pensar en la existencia de un plan de acción concertado entre los Boinas Verdes, los SAS británicos y el Gladio. «Pero en realidad no era así», según afirma Serravalle. «En realidad, en caso de guerra, las Fuerzas Especiales acantonadas en Bad Tolz debían infiltrarse en nuestros países y participar en operaciones de resistencia e insurrección. ¿Cómo las habrían recibido nuestros miembros del Gladio? A tiros, estoy seguro, creyendo que se trataba de los Spetzsnaz, las unidades de élite del Ejército Rojo. Una de las reglas de oro de los partisanos estipula que, en caso de duda, usted dispara primero y después averigua a quién mató.» [41]
Las Fuerzas Especiales estadounidenses estaban permanentemente en contacto con el departamento de operaciones especiales de la CIA, con el cual colaboraban. Cuando las Fuerzas Especiales se instalaron en Fort Bragg, en 1952, la OPC fue rebautizada como «Directorate of Plans» (DP) y Wisner se convirtió en su jefe. Con Allen Dulles como director de la CIA, aumentó el número de operaciones clandestinas estadounidenses en todo el mundo. Dulles autorizó los intentos de asesinato de la CIA contra Castro y Lumumba así como los experimentos con LSD, experimentos que se desarrollaban a espaldas de las personas que servían de “conejillos de India”, algunas de las cuales acabaron suicidándose. Wisner y Dulles planificaron el golpe de Estado de 1953 contra el primer ministro iraní Mossadegh, así como el que derrocó al socialista Jacobo Arbenz, en Guatemala, en 1954.
Dos años más tarde, refiriéndose al presidente de Indonesia Sukarno, acusado de inclinarse demasiado hacia la izquierda, Wisner transmitió al jefe de la división del sudeste asiático de su servicio, Alfred Ulmer, la siguiente orden: «Ya es hora de darle una buena lección a ese Sukarno» [42]. Wisner y Dulles no tenían límites para las guerras secretas y las acciones terroristas que emprendían. Pero cuando las operaciones clandestinas en contra de Fidel Castro y del régimen cubano desembocaron en un enorme fracaso, con el fiasco de bahía de Cochinos en 1961, el presidente Kennedy, furioso, destituyó a Dulles y puso en su lugar a John McCone.
Durante todo el tiempo que estuvo a la cabeza de la CIA, Allen Dulles fue el cerebro de la guerra secreta contra los comunistas. Cuando se descubrió la existencia de los ejércitos Gladio en Europa occidental, en 1990, un ex oficial de la inteligencia de la OTAN, que prefirió conservar el anonimato, explicó que «aunque la operación stay-behind sólo comenzó oficialmente en 1952, la idea existía en realidad desde mucho antes, desde que germinó en la mente de Allen Dulles» [43]. Durante la Segunda Guerra Mundial, el jefe de la CIA había trabajado en Berna, en la neutral Suiza, desde donde había coordinado las operaciones secretas emprendidas contra la Alemania nazi, manteniendo contactos con la OSS estadounidense y con los servicios secretos británicos. Dirigir ejércitos secretos en Europa occidental no sólo era su trabajo sino que se había convertido en su gran pasión.
Informes publicados en Bélgica en el momento del descubrimiento del Gladio precisaban: «Allen Dulles ve en el proyecto [Gladio] (…) además de un instrumento de la resistencia contra una invasión soviética, ¡un arma contra el acceso de los comunistas al poder en los países en cuestión!» [44]
Mientras que la CIA proseguía sus guerras secretas, Wisner comenzó a ser presa de los remordimientos y pronto resultó que su mala conciencia no lo dejaba en paz. Allen Dulles «tenía una teoría según la cual los tormentos que sufría Wisner provenían de la naturaleza de su trabajo» [45]. Al convertirse poco a poco en un individuo incapaz de garantizar «los trabajos sucios» de la CIA en Europa, África, América Latina y Asia, Wisner fue sustituido en 1958 por Richard Bisel, quien ocupó el puesto durante 4 años, hasta que Richard Helms fue nombrado director adjunto a cargo de las Operaciones Especiales, en 1962. Para aquella época, el estado psicológico del arquitecto del Gladio Frank Wisner seguía deteriorándose hasta que, en 1965, se dio tiro en la cabeza [46].
En ese mismo año, Richard Helms fue ascendido a director de la CIA y, durante los funerales Wisner, le rindió homenaje por su trabajo a favor de las operaciones especiales, poniéndole entre los «pioneros que tuvieron la responsabilidad, a veces tan pesada (…), de servir a su país en la sombra» [47]. El propio Helms tuvo que enfrentar sus responsabilidades cuando se vio obligado a prestar testimonio, en los años 1970, sobre el papel de la CIA en el golpe de Estado que derrocó a Salvador Allende. Siendo entonces director de la CIA, Helms mintió descaradamente ante los senadores al afirmar que la CIA nunca había tratado de impedir la elección de Salvador como presidente de Chile: «Todos los proyectos tenían que contar con mi aprobación, yo hubiese tenido que saberlo obligatoriamente». Cuando se descubrió la mentira, en febrero de 1973, Helms se vio obligado a renunciar a su puesto de director de la CIA y tuvo que pagar una multa de 2 000 dólares por haber cometido perjurio ante el Senado [48].
Debido a los abundantes detalles que proporciona en sus memorias, William Colby sigue siendo el más célebre de los agentes de la CIA implicados en la Operación Gladio. Pero él también tuvo un final trágico. Después de haber contribuido a la creación de las redes secretas en Escandinavia, este soldado de la guerra fría fue trasladado en 1953 a la estación de la CIA en Roma para combatir allí el comunismo italiano y contribuir a la creación del Gladio local. Presente en todos los campos de batalla de la guerra fría, Colby dejó Italia en 1959 para ir a Saigón, donde dirigió las operaciones clandestinas emprendidas por la CIA en Vietnam y en Laos. Una de esas misiones fue la Operación Phoenix cuyo objetivo era la destrucción de la organización clandestina del Vietcong y la liquidación física de sus miembros [49].
Al ser interrogado por el Congreso estadounidense, en 1971, Colby reconoció que la intervención que él había dirigido había provocado la muerte de mas de 20 000 miembros del Vietcong, pero se negó a precisar si la tortura había estado vinculada a esas muertes. Simplemente declaró: «No voy a pretender que nadie fue muerto o ejecutado durante la operación. Pienso, en efecto, que eso sucedió, desgraciadamente» [50]. En 1973, el departamento de operaciones especiales cambió nuevamente de nombre, tomando la denominación de «Directorate of Operations» (DO) y Colby sustituyó a Thomas Karamessines como director adjunto a cargo de las Operaciones. Cuando Helms se vio obligado a dimitir, aquel mismo año, el presidente Nixon nombró a Colby a la cabeza de la CIA, puesto que ocupó hasta su propia renuncia, en 1976, debido al escándalo del Watergate. En 1996, William Colby fue encontrado ahogado en un río del Estado de Maryland. Tenía 76 años.
Colby fue reemplazado a la cabeza de la CIA por George Bush padre, nombrado por la administración Ford, quien dirigió desde Washington las operaciones secretas de las redes de Europa occidental. Posteriormente, George H. Bush fue llamado a ocupar la vicepresidencia en la administración Reagan, pero no por ello dejó de financiar las guerras secretas, entre ellas la que diera lugar al famoso escándalo de los Contras nicaragüenses. En 1990, cuando el primer ministro italiano reveló la existencia de los ejércitos secretos creados por la CIA [en Europa occidental], George H. Bush, por entonces presidente de los Estados Unidos, se hallaba inmerso en los preparativos de la guerra del Golfo.
Para lograr convencer a una población más bien reticente ante la idea de entrar en guerra, hubo que recurrir a una manipulación capaz de azuzar el deseo de venganza de los estadounidenses. El 10 de octubre, una muchacha de 15 años, presentada simplemente como «Nayirah», compareció en lágrimas como testigo, ante la Comisión de Derechos Humanos del Congreso [estadounidense], declarando que mientras trabajaba como voluntaria en un hospital de Kuwait después de la invasión de su país [por Irak] elle había visto personalmente a los soldados iraquíes entrar en el edificio y sacar brutalmente a los recién nacidos de las incubadoras donde se encontraban y dejarlos «abandonados directamente en el frío suelo, condenándolos así a una muerte segura» [51].
La historia de las incubadoras provocó entre la población [estadounidense] una gran conmoción, y el presidente se apresuró a alimentarla remachando los hechos en cada uno de sus discursos y agregando incluso que 312 bebés habían encontrado la muerte de aquella manera. Bush fue tan convincente que la información fue retomada por Amnesty International. Sólo después del fin de la guerra se descubrió que la muchacha en cuestión nunca había trabajado en Kuwait y que se trataba nada más y nada menos que de la hija del embajador de Kuwait en Washington, algo que los organizadores de la audiencia del 10 de octubre sabían perfectamente [52].
A Amnesty International no le quedó más remedio que desmentir sus propias declaraciones. En febrero de 1992, el Middle East Watch declaró que aquello no había sido otra cosa que «pura y simplemente propaganda de guerra» [53]. Más de 10 años más tarde, George Bush hijo trató de manipular nuevamente los sentimientos del pueblo estadounidense anunciando que Irak estaba tratando de desarrollar armas químicas, biológicas y atómicas y que el presidente Sadam Husein estaba implicado en los atentados del 11 de septiembre de 2001.
En diciembre de 1990, Bush padre tuvo que enfrentar duras críticas provenientes del Parlamento Europeo. En una resolución destinada a la Casa Blanca y a la administración estadounidense, la Unión Europea condenaba firmemente las maniobras secretas de Estados Unidos. La Unión Europea declaraba oficialmente «condenar la creación clandestina de redes de manipulación y de acción y llamar a la apertura de una investigación exhaustiva sobre la naturaleza, la estructura, los objetivos y cualquier otro aspecto de esas organizaciones secretas y de otros grupos disidentes, sobre su utilización con el objetivo de interferir en las cuestiones políticas internas de los países interesados, sobre la cuestión del terrorismo en Europa y sobre la posible complicidad de los servicios secretos de los Estados miembros o de terceros países». Pero lo más importante era que la Unión Europea protestaba «vigorosamente contra el derecho que se arrogan ciertos responsables militares americanos en el seno del SHAPE y de la OTAN a estimular el establecimiento en Europa de una red clandestina de inteligencia y de acción» [54].
Debido a su gran experiencia en el campo de las operaciones secretas, era imposible que el presidente George H. Bush no estuviese al tanto de las operaciones terroristas e ilegales a las que se habían dedicado los ejércitos secretos. Por lo tanto, el presidente estadounidense se negó a hablar del tema. Desconociendo la envergadura del escándalo, el Congreso estadounidense prefirió abstenerse de hacer preguntas demasiado delicadas. Los medios de prensa [estadounidenses] tampoco se sintieron en la necesidad de investigar.
En un artículo del Washington Post, uno de los pocos sobre el tema que se publicaron en Estados Unidos, intitulado «La CIA recluta ejércitos secretos en Europa occidental: creada fuerza paramilitar para resistir ocupación soviética», se podía leer que un «representante [anónimo] del gobierno de los Estados Unidos familiarizado con la Operación Gladio» había declarado que Gladio era «un problema estrictamente italiano sobre el cual nosotros no tenemos ningún tipo de control» y agregó «pretender, como hacen algunos, que la CIA está implicada en actos terroristas en Italia es completamente absurdo» [55]. Las investigaciones subsiguientes demostraron que aquella declaración de la CIA era completamente absurda [56].
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